Opinión

El Triduo Pascual interior

No quieras ir fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior habita la verdad”, escribe san Agustín, haciéndose eco de un texto de san Pablo.

Hemos iniciado una Semana Santa inédita, diferente a cuantas hayamos vivido con anterioridad. De cada uno depende que sea no solo un tiempo de confinamiento, sino, sobre todo, una ocasión para profundizar en la propia interioridad como vía para encontrar  la verdad. 

Los cristianos no regresamos a nuestro interior contando solo con nuestras propias fuerzas, ni la verdad es para nosotros una abstracción, una paz sin rostro ni nombre. Tenemos la ayuda de Dios; esa realidad que, en el vocabulario de la fe, se llama “gracia”. Y la verdad es siempre personal: Es Jesucristo, quien se definió a sí mismo como el Camino, la Verdad y la Vida.

La Iglesia, en la Sagrada Escritura y en su liturgia, nos sirve de guía en este singular itinerario del alma, en este camino de ahondamiento en el corazón durante estos días del Triduo sacro: el Vienes santo, el Sábado Santo y el Domingo de Pascua.

Entra dentro de ti mismo. Entra en el Viernes Santo. Ese día, como todos los días de la vida de Cristo, no queda recluido en el ayer ni remitido al mañana. Es también hoy y ahora. El Catecismo de la Iglesia Católica lo expresa de un modo profundo y consolador: “Todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente”.

Hoy es posible, para nosotros, hacer esa experiencia de comunión profunda con Jesús. La experiencia de acercarnos a la víspera de su muerte – a la tarde del Jueves Santo – y de preguntarnos a nosotros mismos si estamos dispuestos a servir a los demás – como el Maestro que lava los pies de los suyos - y a convertirnos en alimento espiritual para los otros: “Haced esto en memoria mía”. Es el signo potente y humilde de la Eucaristía, del amor de Dios que viene a nuestro encuentro.

Ese amor fuerte y discreto tiñe todo el Viernes Santo. El día de la muerte de Cristo. El día en que Dios, su Hijo, hizo suya nuestra muerte. Entrar dentro de uno mismo es contemplarnos en el espejo de nuestro cadáver, es iniciarnos en el aprendizaje del arte definitivo, el de la buena muerte. Todos los días se muere y no solo por el coronavirus. Pronto, no sabemos cómo ni cuándo, seré yo el que muera. Ojalá pueda morir con Cristo y decirle, casi al oído, lo que le dijo aquel malhechor de buenos sentimientos: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.

El silencio. Entra dentro de ti mismo. Entra en el silencio. El silencio sepulcral de la tumba nueva de Cristo, donde el Señor está muerto, donde comparte el destino de los muertos. Ese silencio sepulcral evocado en el Credo: “Descendió a los infiernos”. Es el Sábado Santo, el día, el hoy, en el que Jesús permaneció en la morada de los muertos. Descendió como Salvador también de los muertos. ¿Quién puede contar el número ingente de los muertos? Solo él, solo Cristo, aparentemente un muerto más, puede hacerse cargo y rescatarlos.

Y el tercer día: el Domingo de Pascua. El Día del Señor. El Día de la Resurrección. Que más de dos mil años después sigamos celebrando ese gran Día es una prueba de que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, de que la muerte de Dios se ha transmutado en Vida. Jesús lo explica con la sinceridad inequívoca de un campesino judío, con la sabiduría de la Palabra: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.

Entra dentro de ti mismo… Haz la prueba. Llama a la puerta de tu corazón. El Señor, que todo lo hace nuevo, te abrirá el suyo, su Corazón sagrado, manso y humilde, en el que encontrarás descanso.

(*) Instituto Teológico de Vigo.
 

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