Opinión

¡Son los salarios, estúpido!

El PP está convirtiendo en un mantra de su campaña electoral la bajada de impuestos. Lejos quedan los tiempos en los que los ajustes requeridos impedían este tipo de aventuras por irresponsables. Pero milagrosamente, a pesar de que somos incapaces de cumplir nuestros compromisos de déficit con Europa y de que nuestra deuda sigue desbocada, no hay como una campaña electoral para corregir el rumbo. Ahora, según dice nuestro ministro de Hacienda en funciones, bajar impuestos es fundamental para fortalecer el crecimiento económico y crear empleo.
La rebaja prometida es de dos puntos en cada uno de los tramos. Una migaja si se compara con el ahorro que han recibido como premio los incumplidores amnistiados de la infantería defraudadora. Es además un recorte que, al ser lineal, se convierte en un regalo asimétrico: más para quienes más tienen. Y cuyo desahogo fiscal se corrige posteriormente con otros impuestos indirectos como el IVA, que no se toca, y que proporcionalmente supone una carga fiscal mayor para quienes menos ingresan.
Y ahí está el problema. Porque mientras pretenden hipnotizarnos haciendo que miremos al dedo que señala la rebaja fiscal, su sombra nos impide ver el verdadero problema: el de los salarios. El último informe de Eurostat que hemos conocido esta semana certifica cómo nuestros sueldos se han devaluado vertiginosamente desde 2008 por los efectos de la crisis. Y no han encogido*fruto de la lluvia sino por una reforma laboral que ha precarizado los empleos a mayor gloria de la estadística pública y de las cuentas de resultados empresariales. Si en 2008 los trabajadores españoles cobrábamos de media un 32% menos que los trabajadores de la eurozona, hoy esa distancia roza ya el 40%. Así que habría que gritar a los trileros: "¡Son los salarios, estúpido!". Y reivindicar que nada deseamos más que pagar impuestos justos, provenientes de salarios dignos y que sean fruto de empleos que merezcan tal nombre. Y no los trabajos precarios e inestables que hoy se ofrecen y que son impropios, en pleno siglo XXI, de un país serio.

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