Opinión

Sofía y Letizia: guerra de tronos

Es posible que la Reina Letizia tuviera un mal día el pasado domingo por la mañana, que el desayuno le hubiera sentado mal, que no hubiera descansado lo suficiente: cualquier cosa pudo ocurrirle a una mujer acostumbrada a controlar sus emociones al máximo para que de pronto y sin mediar razón alguna, protagonizara una de las escenas que más daño pueden hacerle a ella y a la institución que representa.Impedir que la Reina Sofía pudiera hacerse una foto con sus nietas, las Infantas Leonor y Sofía, a la vista de todos los que se encontraban a esa hora en la catedral de Palma de Mallorca, es una imagen que quedará grabada en la retina de los españoles por mucho tiempo, para mal. Entre otras razones porque ninguna abuela merece ese despectivo trato y mucho menos si se trata de una abuela querida, respetada por los españoles, discreta al máximo, como es la Reina Sofía.
He mirado mil veces esas imágenes que han corrido por las redes sociales como el peor de los tsunamis, las he mirado con detenimiento, a cámara lenta, para intentar comprender qué pudo ocurrir para que la propia Leonor al ver que su madre se acercaba a donde ellas estaban, retirara precipitadamente la mano de su abuela que la tenía sujeta por los hombros, como si esta le estuviera quemando. He visto el rostro de Doña Sofía conciliador, el del Rey Juan Carlos muy serio, contrariado, sorprendido, por lo que estaba viendo, y el del Rey Felipe intentando quitar hierro a una situación absurda.
Ha contado una amiga de Letizia que la reina esta muy sorprendida y desolada, ya que en modo alguno la escena representa lo que todo el mundo ha podido ver, que lo único que pretendía era proteger la imagen de sus hijas de la exposición pública. Un razonamiento que se cae por su propio peso, por varios motivos:
Sus hijas, Leonor y Sofía, no son unas niñas cualquiera, ni para bien ni para mal. Y eso deberían saberlo sus padres y aceptar que como Infantas que son -Leonor es la heredera al trono-, su exposición mediática entra dentro de sus obligaciones. Y entre sus obligaciones está la de asistir a actos oficiales, -la misa del domingo en la Catedral de Palma lo era-, de ahí que los fotógrafos que se encontraban frente a la Reina Sofía, en el exterior, quisieran plasmar ese momento tan familiar, que no íntimo. Impedirlo fue una torpeza monumental de la Reina Letizia, que ahonda en la opinión de quienes piensan que su comportamiento en público no se corresponde al de una reina moderna, una reina como Máxima de Holanda o Mery de Dinamarca, siempre sonrientes y felices, aunque no lo sean, porque eso es lo que se les pide a los representantes de una institución que muchos consideran obsoleta y que, otros como es mi caso, opinamos que es necesaria como bien se ha demostrado en tiempos convulsos.
Nadie quiere a unas adolescentes por más Infantas que sean las 24 horas del día super-guais, ni super-perfectas, no. La gente, quiere ver a sus propios hijos reflejados en esas niñas: abrazando a sus abuelos, cometiendo travesuras, luciendo bonitos trajes, comportándose como dos señoritas de buena familia que son. Y cuando sean mayores se les exigirá cercanía, empatía con quienes les pidan un beso o un autógrafo. Lo contrario produce rechazo, y eso es algo que no se pueden permitir ni el Rey Felipe, ni su esposa la Reina Letizia, ni sus hijas tampoco.
Todos podemos imaginar lo que ha sufrido la reina Sofía en sus cuarenta largos años de reinado, en los que nunca se permitió un gesto de contrariedad, de amargura. Todo lo contrario, y esa es la razón de que se la respete y admire. De ella debería aprender Letizia a controlar sus prontos, sus salidas de tono, porque esas son las imágenes que quedarán de ella, y no las de los trajes que luce en cada acto oficial y privado.

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