Opinión

Semana de pasiones

Parece raro, y uno en su estado de avanzado conocimiento fruto de los años y la experiencia, no encuentra parangón y no recuerda que la Semana Santa coincidiera nunca con una campaña electoral. Hasta hace relativamente poco, la semana de pasión no era una semana de pasiones como esta, sino un tiempo de descanso, examen interior y recogimiento, cuyo carácter religioso ha ido atemperándose afortunadamente con los años dejando la cancha abierta para que los que creen, crean a gusto, oren y afronten la marcha con cirio y hábito, y los que no, se dediquen a otros menesteres como hacer senderismo, nadar o montar en bicicleta.
Esta campaña electoral es, por tanto, una función atípica  que parte, como base de su completa rareza, del cúmulo de condicionantes que han desembocado en unas elecciones a destiempo. El Gobierno que va a celebrar un consejo de Ministros coincidiendo prácticamente con la apertura de las urnas, es un Gobierno que procede de una moción de censura y que preside un señor que faltó a su palabra hasta que la imposibilidad de contar con presupuestos propios le convenció de que había que ir poniendo verja a la legislatura. Ninguno de los líderes que capitanean las cinco formaciones del grupo de Champions ha cumplido ni por asomo los cincuenta, y por primera vez un partido a la derecha de la derecha concurre y tiene posibilidades de intervenir en la política nacional con niveles amplios de decisión. Tenemos a los independentistas que están en la trena concursando en las listas por un puesto en cámaras diversas, y sufrimos una desagradable campaña de color morado nazareno, tan larga que, cuando comenzó con carácter oficial, llevaba casi cuatro meses de presencia y un estilo que no nos puede tener satisfechos, sea cual sea la dirección de nuestro pensamiento.
Ayer, las ciudades se quedaron vacías y el que más y el que menos ha salido pitando a buscar un rincón donde desconectar de la exigencia. No es fácil  proponerse en estas condiciones dirigir el voto. Pero  los partidos políticos también debería parar un momento y preguntarse por qué uno de cada cuatro españoles no sabe a estas alturas a quien va a votar. A lo mejor esta duda metódica que nos devora también es cosa de ellos.

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