Opinión

Se le votaba poco

A su muerte, se le llora como una pérdida irreparable, pero en vida no se le votaba. Era un político, y seguro que hubiera preferido que le votaran más y le lloraran menos. Sin embargo, la tristeza general, multitudinaria en las colas de despedida a la puerta de la que fue su casa, el Congreso, señala algo más que esa inclinación tan española a esperar a que se muera alguien para hablar bien de él: la certidumbre tardía de que con Alfredo Pérez Rubalcaba se ha ido no solo un político de categoría, instruido y trabajador, sino algo más raro en éste país si cabe, un político exquisitamente honrado.
Precisamente por eso, por instruido, trabajador y honrado, Rubalcaba fue, hasta que dimitió de la lucha partidaria, el político más vilipendiado. Al hombre que logró que ETA depusiera las armas y dejara de sembrar el terror se le llegó a calificar de filoetarra, de darse comilonas con "asesinos de niños" concretamente, y lo hizo un sujeto, Alcaráz, que tras manipular el dolor de las víctimas durante años, ha llegado a senador, el primero de Vox, Rafael Hernando, el que siendo portavoz del Partido Popular aseguró en televisión que los familiares de los desaparecidos a manos de la criminalidad franquista los buscaban desde que les daban subvenciones, hasta llegó a intentar agredirle físicamente en esa su casa, el Congreso, donde éstos días los ciudadanos que le votaban poco han ido a darle el último adiós.
A Rubalcaba, que como todo quisque tuvo sus luces y sus sombras, se le negó en vida el reconocimiento de las primeras tanto como se le atribuyó el uso y abuso de las segundas mediante el infundio de ser el creador del llamado Comando Rubalcaba, una tenebrosa logia de periodistas al servicio de sus oscuros designios, pero aún hoy, cuando la mayoría se ha enterado a golpe de obituario de cual era la verdadera calidad personal y política del cántabro, su fallecimiento ha sido saludado con otra salva de insultos por la hez de la política, por la facción carlistona más cerrada y brutal, en Cataluña y Euskadi.
A Rubalcaba, si era lo que verdaderamente fue, un político culto, trabajador y honrado, se le tenía que haber votado algo más, y puede que alguna de las lágrimas vertidas en su desaparición tengan que ver con no haberlo hecho en su día. En vida, cuando la burda propaganda denigratoria le pintaba como taimado, ruin y oscuro, y semejante cuadro, asumido mayoritariamente, iba a misa. Tal vez debiéramos, si nos ha aprovechado la lección de la triste pérdida, no matar tanto el honor en vida.

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