Opinión

Reina de letra pequeña

En estos tiempos en los que cuesta un mundo mover un  papel, algunas firmas editoriales han resuelto no claudicar ante la presión de la pandemia y están poniendo en la calle algunos títulos que no es poco viendo cómo están las perspectivas de vender  argumentos culturales y artísticos. Paul Cifuentes, una joven escritora madrileña especializada en el relato histórico, ha colocado en las librerías un nuevo título dedicado en este caso a María Cristina de Borbón, la cuarta mujer de Fernando VII, dulce y melosa italiana cuando Italia todavía en realidad no lo era –estaba constituida por un conjunto de territorios independientes que se llevaban fatal y que no se unificaron hasta 1861- que ejerció como Reina Gobernadora a la muerte de su indeseable esposo en un periodo agitado y muy difícil.

Leyendo los avatares que marcaron la existencia de esta dama palermitana de ojos verdes y temperamento intenso y sureño, sospechamos que la historia de nuestro país debería ser una asignatura de obligado cumplimiento para todo aquel o aquella que deseara conseguir un puesto en el estamento político desde concejal de un ayuntamiento de pueblo hasta presidente del Gobierno. Desgraciadamente,  esta materia absolutamente esencial en la formación de las clases dirigentes prácticamente ni se toca, y así salen de formados nuestros representantes a los que les citas a Tadeo Calomarde y se creen que es un futbolista del Oviedo.
Al leer la reseña de este libro al que todavía no he podido catar, he recordado yo los muchos  y jugosos sucesos que  jalonaron la vida de esta reina, y los notables episodios personales y profesionales a los que hubo de hacer frente una mujer que apenas aparece en los libros de texto. María Cristina –que inspiró la famosa tonada aparecida muchos años después en Cuba: “María Cristina me quiere gobernar y yo le sigo y le sigo la corriente” – llegó para ser la cuarta y última esposa de Fernando VII, se enfrentó al casi desconocido motín de los sargentos de La Granja que invadieron sus cuartos privados para pedir libertad, pan y justicia, se lió con un oficial de su guardia de corps llamado Fernando Muñoz a quien hizo duque y con el que tenía hijos  ocultando sus embarazos a la Corte, conspiró desde el exilio involucrando a un militar tan querido por el pueblo como Diego de León al que su intervención le costó perder la vida ante el pelotón de fusilamiento. Y además, ella y su marido se lo llevaron crudo. Urdangarín es una figura parecida a la Muñoz. Pero mucho más modesta. 

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