Opinión

El rascacielos, mejor todavía que las “trafic laits”

Desde el River Café de Brookling se puede disfrutar de una de las mejores vistas del “skyline” de la gran manzana neoyorkina, Manhattan, donde las vertiginosas cúspides de rascacielos de todos los estilos se asoman majestuosas por encima de los trescientos metros. Es uno de los grandes atractivos de la ciudad. Se lo recomiendo tanto como quien lo hizo previamente conmigo antes de poder visitarla. Esta tendencia arquitectónica se ha extendido hacia otras ciudades y países del resto del mundo, haciendo de ello un reclamo turístico y las delicias de los fans de la arquitectura contemporánea. Sin embargo, hay quienes abominan de este tipo de construcción porque la consideran alejada de todos los cánones clásicos de la edificación tradicional pero, lo cierto, es que si aceptamos que la noción de belleza no es permanente, tampoco debería ser permanente la noción de la arquitectura. Así, un espacio urbano donde proliferase este tipo de construcción no tiene por qué dejar de ser bello, armonioso y estético. Otra cosa es que pueda ser disonante o romper la armonía del entorno en el que se ubique. O que su concepción, uso o contenido no tenga un sentido, como bien que lo tiene la propuesta del alcalde de Ourense de construir las Torres Petronas en Mariñamansa. Y tanto.
Jácome acierta con su propuesta, pero no porque la idea sea la del rascacielos, no. Podría ser cualquier otra, que las habrá, sin duda. Acierta, porque ha aprendido bien la receta que manejan los alcaldes y ex alcaldes que a su alrededor, por arriba, por abajo, al este y al oeste han hecho de su particular manera de gestionar la acción política el recurso de perdurar en el cargo. Un receta bien sencilla de desarrollar, aunque solo al alcance de  personas con cierto carisma, fuerte personalidad y buenas dosis de liderazgo. 
Los condimentos pasan por, al menos, aparentar anteponer los intereses de los ciudadanos al de su propio partido, a las siglas que les representen y sobre todo a sus intereses particulares. Dejar de calentar el sillón y salir en búsqueda de la calle y de la cercanía del ciudadano. Delegar nada o casi nada y presumir de ser la única garantía de defender los intereses comunes y de proponer soluciones fáciles en donde solo había problemas. Comportamientos excéntricos, ideas extravagantes y utilizar como escudo humano a la ciudad para defenderse de las burlas o críticas. Localismo ante todo y buenas dosis de populismo activo y efectivo para ir construir en una marca personal, un símbolo para la ciudad. Emociones fuertes para la parroquia y mandamientos cardinales para un alcalde que aspire a confirmarse en el cargo. 
Ya no solo las “trafic laits” salen en los medios nacionales. Que todo sea en beneficio de la ciudad.
 

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