Opinión

El problema está en Madrid, no en Barcelona

Siento no poder compartir el entusiasmo de algunos colegas tras el encuentro entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, previo al que este jueves realizarán el propio Rajoy y Albert Rivera, todo ello para fijar los porcentajes de prolongación y, en su caso, endurecimiento, de la aplicación del artículo 155 en la Cataluña cada vez más levantisca. La 'cumbre' concluyó con un comunicado bastante genérico, en el que apenas se anunciaba que seguirá el control de Hacienda sobre la Generalitat -decisión anterior al 'imperio del 155': Rajoy ni siquiera apareció y sí lo hizo, en cambio, el secretario general del PSOE, pero desde la sede de Ferraz, no en La Moncloa y conjuntamente, como hubieran exigido los cánones de una buena comunicación e imagen.
Sigo pensando que la solución para lo que ocurre en Cataluña, que cada día es más grave, está no en las togas, sino en la política. Y sobre todo en la política hecha desde Madrid, no la que se perpetra entre Barcelona y Berlín por parte de unos secesionistas que cada día están más irrecuperablemente desnortados, instalados apenas en la 'vendetta' y en dar patadas en quién sabe dónde a Mariano Rajoy.
Sería ilusorio pensar que el huido Puigdemont, empeñado en desacreditar al Estado español hasta el grado de elegir 'digitalmente' a su sucesor, en un ejercicio plenamente antidemocrático, en la persona de alguien con antecedentes políticos y sociales cuando menos aberrantes, pueda volver grupas y replantearse sus posiciones. Tanto él como el Estado que, en defensa de su supervivencia, lo persigue, han llegado demasiado lejos. Ni el Fugado, ni el hombre a quien, increíble pero cierto, ha situado provisional y limitadamente al frente de la Generalitat catalana, darán un solo paso para mejorar ni las relaciones con el Estado -por mucha llamada que hagan al 'diálogo', que no es sino un modo más de exacerbar las contradicciones- ni la situación política que viven los catalanes.
Así que es la 'hora de Madrid'. La hora en la que Rajoy, Sánchez y Rivera, que andan, los dos primeros frente al tercero, como a la greña, han de ofrecer a la ciudadanía la sensación de que hay aún soluciones, flexibilidad, capacidad de verdadero acuerdo. Los tres han de salir, cuántas veces se ha repetido, juntos a las puertas de La Moncloa con un plan, algún plan, que no consista solamente en el palo del 155 ni en las puñetas judiciales, sino en reformas, manos tendidas -haciendo, eso sí, cumplir la ley-, planes de altos vuelos.
Lo que ocurre es que Madrid se catalaniza en el plano político. Lo que está ocurriendo en el interior de los partidos en la Comunidad y en la capital es de aurora boreal: el último episodio, que afecta a una persona con tanto potencial político como Pablo Casado, un hombre con enormes cualidades, muestra hasta qué punto hay algún 'fuego amigo' oculto empeñado en cercenar el futuro del PP, que, por otro lado, tantas tropelías y desmanes ha cometido en esta Comunidad. Y con Madrid, es decir, el Gobierno central y los 'sancta sanctorum' de los otros partidos, ensimismados en sus peleítas internas por el poder, o por lo que sea, y actuando en función de las expectativas que les otorgan las encuestas, no hay manera de centrarse en un plan para España. Para la unidad de España, para una mayor igualdad entre los españoles, ahora que las desigualdades aumentan, para una mejor democracia -porque la democracia está retrocediendo a ojos vista- en nuestro país.
De manera que el problema es, y si no que venga San Isidro y lo diga, Madrid. No esa Cataluña cuya clase política nacionalista se ha mostrado tan podrida que no parece tener regeneración posible, y parte de cuya ciudadanía ha decidido hacer bueno en carne propia el dicho de que 'los dioses, cuando quien perder a los hombres, primero los ciegan'. Alguien tiene que empezar a salir a decir la verdad, que incluye una severa autocrítica a ambos lados del Ebro, para, a continuación, empezar a actuar más allá del comodín 155, un placebo que ya no es pan para hoy y será, sin duda, hambre para mañana.

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