Opinión

Pedro Sánchez, mediador en causas quizá imposibles

Si una imagen vale más que mil palabras, convengamos en que el discurso de la semana fue la fotografía de Pedro Sánchez, entre el Rey y Quim Torra, conversando más o menos animadamente con este último, mientras el jefe del Estado, algo hierático, permanecía como ausente -y tan presente- en la inauguración de los Juegos del Mediterráneo en Tarragona. El cronista daría un dedo -meñique, claro- por saber qué se dijeron el presidente del Gobierno central y el president de la Generalitat de Catalunya en esa charla 'informal' que antecede a la más formal que mantendrán en La Moncloa el próximo 9 de julio. Solo sabe el cronista que Don Felipe y Torra se dieron una mano fría, con sonrisa más que forzada, mientras el monarca recibía un libro ofensivo para las instituciones del Estado. Y que algunos medios, este sábado, titulaban que "el Gobierno mira hacia otro lado" ante los agravios variados de Torra y camarilla al Rey, manteniendo la 'cumbre' del 9-j.
"Debemos tender la mano", dijo la portavoz del Gobierno de Sánchez al hablar de ese futuro encuentro. Y el cronista debe confesar que, aunque a muchos no les gusten los gestos de distensión tras las groserías de Torra, esta vez está bastante de acuerdo con el Ejecutivo de Sánchez: ¿a qué prolongar la política de hostilidades de la etapa Rajoy, que tan malos resultados ha venido dando? Nunca como ahora fue tan perjudicial la voz de los 'halcones', como dijo Clinton cuando aquella famosa foto de la paz en Oriente Medio, ahora se cumplen dieciocho años, en la que el presidente norteamericano abrazaba en Camp David, juntos, al israelí Ehud Barak y al palestino Arafat. Aquello derivó en lo que derivó, pero se abrieron al menos esperanzas de diálogo.
Pues ahora, salvando, claro, todas las distancias, lo mismo. Sánchez, ante el mayor ataque que ha recibido la Monarquía desde que se restauró en 1977, tiene la oportunidad de convertirse en mediador, para salvar a la Corona de estos embates y para salvar a la Generalitat del ridículo que está haciendo, que es lo que impulsa al molt honorable y a su mentor en Alemania a hacer cada vez un más profundo ridículo, y perdón por la insistencia en una palabra que me parece clave. Ya lo dijo Tarradellas -entre otros- al sellar aquel acuerdo de conllevanza con Adolfo Suárez en 1977: "en política todo se permite, menos hacer el ridículo".
Pues que se lo apliquen el manipulador de los hilos y la marioneta: así, en plan frentista, no van a salir del atolladero ni van a progresar un milímetro: es más, cada día se mostrarán menos gallitos, valga esta expresión. Y es que hay que pensar en los pasos que se dan antes de darlos: enviar una carta al Rey para negociar con él la independencia es una solemne majadería, con perdón. Vacilar sobre si asistir o no al palco de autoridades en la inauguración, en suelo catalán, de los Juegos del Mediterráneo, para acabar asistiendo junto al Rey y que, encima, se te escape un conato de aplauso ante el himno nacional, es una muestra más, por si preciso fuere, de que el molt honorable Torra no es precisamente el ilustre exiliado en Saint-Martin-le-Beau. De Torra a Tarradellas va algo más que unas cuantas letras en el apellido.
En fin, que, volviendo por donde solíamos, a Sánchez puede que le quepa el insigne honor de ser el GM (Gran Mediador) en cuestiones que hasta afecten a la gran espina de la inmigración a Europa. No sé si tendrá capacidad de amainar tensiones entre Macron, al que visita en horas, Merkel, a la que apenas conoce aún y los irredentos italianos de Salvini, en adelante Salvajini, o los húngaros, los polacos, los austriacos... Esta va a ser la gran semana en la que Pedro Sánchez, que al menos hasta ahora no nos ha mostrado talla de estadista alguna, muestre que sí la tiene y que, en efecto, el maillot amarillo da alas a quien, aunque sea por casualidad, lo lleva y, aunque sea hasta 2020, quiere mantenerlo.
Sí, el mes de julio va a crucial para Pedro Sánchez, que encima se beneficia -es un tipo, ya digo, con suerte, sin duda- del enorme follón que se está montando en el hasta ahora partido hegemónico en España; si hasta van a tener que acabar llamándole a él, permítaseme el sarcasmo, para hacer de árbitro en la pugna feroz entre las dos reinas de damas.
Y se beneficia, asimismo, del patente desconcierto (coyuntural) en Ciudadanos y de la humildad (por supuesto no menos coyuntural) que los golpes del destino y de su propia soberbia han impuesto a la actitud de Pablo Iglesias, cuyo nivel de exigencias altisonantes se ha rebajado en más de un ochenta por ciento en estos dos últimos años. Así se las ponían a Fernando VII, Pedro, así que procura no fallarnos... más.

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