Opinión

El país de los monólogos

Ayer, al terminar la segunda votación de la fallida investidura le pregunté a un importantísimo dirigente del Partido Popular y uno de los señalados como candidato a la sucesión, por qué Rajoy no daba un paso al lado, cedía el testigo y abría el melón sucesorio, facilitando así el desbloqueo institucional histórico que vive este país. Su respuesta, en la más pura ortodoxia, fue ya no sólo que había ganado las elecciones, mejorando los resultados, sino que en términos democráticos resultaría muy llamativo que fueran los adversarios políticos quien pusieran o quitaran a los líderes de su partido. Horas después hice lo mismo con una persona muy próxima a Pedro Sánchez y al insistir si, finalmente, cedería a las presiones de los barones y tiraría la toalla en una acto de generosidad patriótica, como le piden algunos, me dijo que por qué iba a hacer tal cosa si, finalmente, estaba defendiendo lo mandatado por su Comité Federal, que era decir una y mil veces "NO" a quiénes representan una política que ellos desprecian. Repetí el experimento también con gente cercana tanto a Pablo Iglesias como a Albert Rivera y las respuestas fueron similares cada uno con su pequeño argumento partidista.
La lamentable conclusión es que aquí nadie está dispuesto a mover nada y, ya no sólo a cambiar a todos los líderes incapaces de buscar una solución -que sería una forma ejemplarizante y radical de asumir responsabilidades- sino de hacer las mínimas cesiones sabiendo, que el empecinamiento es más que por convicción por falta de altura política.. Estamos en el país de los monólogos y aunque unos más que otros, todos tienen que pagar por lo que nos están haciendo y por la burla que supone tirarnos a la cara nuestro voto, como si no sirviera de nada.
Si tal como ha recordado Rivera, 100 de los 150 puntos firmados con el PP estaban incluidos en el acuerdo alcanzado con el PSOE, no se puede entender que no haya habido un apoyo de investidura, aunque sea tapándose la nariz, cuando eso no significa en absoluto que el Partido Socialista renuncie ni un ápice a sus planteamientos ideológicos o que minutos después de que haya gobierno se remangue para hacer una durísima oposición.
Hemos leído estos días que para el secretario general del PSOE tiene más valor político el posible fracaso de Rajoy en la votación de investidura que asumir su compromiso como líder de un partido que ha sido históricamente esencial para la estabilidad del Estado. Y esa reflexión, por qué no reconocerlo, se la están haciendo muchos dirigentes socialistas en privado aunque haya un tenso silencio público por las vascas y las gallegas.
"Empecinado en el error -decía el editorial de un periódico- Sánchez antepone sus intereses partidistas a la gobernabilidad nacional. Para él son ahora más importantes las elecciones autonómicas de Galicia y el País Vasco que los compromisos de España con nuestros socios de la Unión Europea y la urgencia de aprobar unos Presupuestos Generales que ayuden a garantizar el actual crecimiento económico. Sin Gobierno no puede haber oposición, por eso no se entiende el contradictorio discurso de Sánchez que mantiene su negativa a facilitar la formación de un Gobierno y se niega a responder si liderará una candidatura alternativa a la de PP y C`s" .
Sea como fuere sería injusto y algo simple culpar sólo de lo que está pasando en el PSOE, a Pedro Sánchez. En ese partido hay muchas culpas que repartir, porque lo que no se puede hacer con un líder es ponerle contra las cuerdas nada más elegido y mantenerle en una especie de libertad vigilada cuestionando cada paso que da. Es evidente que se ha producido una ruptura entre Ferraz y los poderes territoriales, acostumbrados como estaban a hacer y deshacer a su antojo, apelando a las fortalezas de sus distintas federaciones. Pedro Sánchez hace dos años que fue elegido y entonces ya advirtió que se apoyaría en la militancia y no en los "aparatos" por lo que algunos le sentenciaron a una muerte anunciada, pero antes que eso el PSOE ya se estaba desangrando y mucho electoralmente, entre otras cuestiones porque un partido con divisiones internas siempre lo pagan las urnas. Cuando a alguien se le acorrala, y se le pretende situar en un rincón lógicamente tiende a enrocarse en sus planteamientos y a no fiarse de nadie y eso le puede estar pasando al Secretario General de los socialistas. Se siente solo, apoyado por un pequeño puñado de leales y muchos deben de preguntarse por qué se ha llegado a esa situación que no es buena ni para el partido ni para él ni tampoco para España en un momento tan delicado. Aquí cada palo que aguante su vela.

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