Opinión

Noticias en tropel

Vivimos tiempos frenéticos como corresponde a una época en lo que todo es rápido. Más rápido incluso que el propio pensamiento, así que nos desayunamos con una noticia bomba que inmediatamente pierde trascendencia porque llega otra que es más poderosa y sustituye a la anterior. Así ha estado la semana, con una destitución fulminante, la del seleccionador nacional Julen Lopetegui a veinticuatro horas de debutar en el Mundial de Rusia y la dimisión forzada de Màxim Huerta, efímero ministro de Cultura, pillado en un enojoso asunto con la Agencia Tributaria de por medio. Ambos tienen ya sustitutos, cazados a lazo por la perentoria necesidad de cubrir sus vacantes y minimizar los daños de sus respectivas suspensiones, y así, Fernando Hierro se hará cargo del equipo mundialista, y José Guirao se sentará en la silla vacante del ministerio. Ambos son andaluces -Hierro es malagueño y Guirao de Almería- y ambos aparentan saber de qué van sus respectivas nuevas ocupaciones, si bien el primero sabe mucho de deportes o al menos de fútbol al que lleva ligado toda la vida, y el segundo tendrá que aprender a marchas forzadas. Ninguno de los dos tiene una tarea sencilla en perspectiva.
Esta catarata de situaciones de intensidad incuestionable ha sido capaz de condenar a un segundo plano de la actualidad el inminente ingreso en prisión de un miembro de la Familia Real al que apenas quedan ya resquicios legales para sortearla. Lenta pero segura y sistemática, la Justicia ha terminado por cumplir su objetivo, e Iñaqui Urdangarin ingresará en cuestión de horas en un centro penitenciario para pasar los cinco próximos años a la sombra. También lo hará su socio Diego Torres, mientras el exministro Jaume Matas ya se encuentra recluido en la prisión de Aranjuez que ha elegido para cumplir su segunda condena. La decisión judicial que afecta al cuñado del rey Felipe parece a primera vista ejemplar y ejemplarizante. Justicia para todos igual y esperanza de que así sea. Lo que ya no es tan ejemplar es la despedida de Huerta, ministro por seis días. Ya va siendo hora de que cada uno acepte que cuando se ve obligado a dimitir, su cuota de responsabilidad existe. Huerta no ha sido objeto de una cacería. Es él quien no ha mostrado el comportamiento ejemplar que el Gobierno al que ha pertenecido predica. Lo sorprendente es que aceptara ser ministro sabiéndose tan vulnerable.

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