Opinión

Nada es para siempre

En esta vida todo está llamado a tener un final. En la política es ley no escrita que lo nuevo tarda en llegar pero acaba por arrinconar a lo viejo. En Europa hay dos países cuyos vaivenes políticos sirven de marcador para auscultar las nuevas tendencias políticas: Italia y Francia. París siempre va por delante dejando eco en España y cuanto acontece en el país transalpino también es premonitorio.
En 1981 François Mitterand fue elegido presidente de la República Francesa y un años después, en España, el Partido Socialista (Felipe González) llegaba al poder arrasando en las urnas. Por aquél entonces en Italia la Democracia Cristiana que parecía eterna pasaba a la oposición. Entre otras causas, el ascenso del PSOE se vio favorecido por el hundimiento de la UCD, el partido que había gobernado en España desde la muerte del dictador Franco.
La Historia no suele repetirse -actores diferentes, situaciones dispares- pero en ocasiones se diría que vuelve sobre sí. O lo parece. Tengo para mí que estamos en puertas de una reedición de lo ocurrido en los años ochenta del siglo pasado.
El Partido Popular que por aquél entonces surgió de la metamorfosis de Alianza Popular y supo atraer a los votantes huérfanos de la UCD, ahora, en una maniobra política de sentido inverso, está en puertas de ser vampirizado por Ciudadanos.
No digo que el partido que lidera Albert Rivera sea la nueva UCD -Rivera no es Adolfo Suárez ni la España de hoy es la de los convulsos días de Transición-, pero son varias las analogías posibles. Empezando por el valor del liderazgo. Es mucha la semblanza -coraje, ambición, un punto de insolencia- entre Rivera y Suárez. Y, por encima de todo, hay que contemplar la atonía del PP, fruto en buena medida de la acedia política de Mariano Rajoy.
Se diría que el líder popular ha confiado su futuro y el de su partido al hecho -improbable- de que los ciudadanos valoren y premien en las urnas la recuperación económica en los términos en los que está siendo presentada. Un discurso que choca con la evidencia de que habría que distinguir entre crecimiento y bienestar porque de momento los beneficios de las grandes empresas ni acaban con los contratos temporales ni se traducen en salarios dignos.
El resultado es que la crisis ha creado un núcleo de agraviados -entre los que figuran muchos pensionista antiguos votantes del PP- que, al decir de las encuestas, están dispuestos a votar a Ciudadanos. O reacciona y asume esa realidad que apunta a convertirse en tendencia, o el PP podría acabar como la UCD. Visto el recorrido del liderazgo de Pedro Sánchez también sirve a ésta reflexión lo ocurrido en Francia con el Partido Socialista. Nada es para siempre.

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