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El misterioso oficial y caballero Méndez Núñez

Porro, Egerique, Savouret, Franco, López Veiga, Muñoz, Marra y Font, en el acto de ayer.
photo_camera Porro, Egerique, Savouret, Franco, López Veiga, Muñoz, Marra y Font, en el acto de ayer.
El ilustre marino vigués falleció hace 150 años tras volver de la batalla del Callao. Era Masón y nunca fue almirante

A pesar de que la mayor parte de los libros de texto suelen referirse a él como “almirante”, lo cierto es que Casto Secundino Méndez Núñez (Vigo, 1824-Pontevedra, 1869) nunca llegó a tal graduación y se conformó voluntariamente con la de contralmirante cuando, muy quebrantado de salud y con muy pocas ganas de pelea, volvió a casa circundando prácticamente el mundo desde la bahía del Callao en Perú donde, según los historiadores que han glosado su vida, pronunció o quizá escribió o seguramente dictó a su oficial de telégrafos la famosa frase “más vale honra sin barcos que barcos sin honra” con la que ha pasado a la posteridad. Cuando en aquella bahía en la que hubo de vérselas con los hostiles navíos de chilenos y peruanos, Méndez Núñez tomó la determinación de no prestar más batalla y ordenó que la marinería diera los tres vivas de ordenanza subidos a las jarcias antes de emprender la retirada, estaba herido de gravedad y la escuadra que mandaba apenas se tenía a flote. 

Un dramático cuadro del pintor valenciano Antonio Muñoz Degrain perteneciente al Museo Naval de Madrid -cuya visita a la vera misma de la Cibeles recomiendo encarecidamente a todo el que quiera contemplar uno de los mejores museos del mundo sobre temática de mar- refleja a la perfección la escena. En el puente de la fragata “Numancia” de la que era comandante, Casto Méndez Núñez es asistido por sus oficiales tras recibir el impacto de una granada que no lo mató de puro milagro. El vigués había llegado al teatro de operaciones del Pacífico algunos meses antes, y hubo de asumir el mando cuando el oficial en jefe, el almirante Parejo, se voló la cabeza de un tiro en su camarote. La vuelta fue muy penosa y el vigués jamás se recuperó de sus heridas. Eran tiempos peliagudos para un país que se acababa de alzar contra la reina Isabel II a la que había expulsado a Francia privada de su corona. Corría el final del verano del 68 y un amigo muy próximo del vigués estaba al mando de la sublevación. Era el general Juan Prim quien, junto al brigadier Topete arrinconado por entonces en el puerto de Cádiz, y el general Serrano desterrado por la soberana tras tenerlo en su juventud como su más fogoso amante, protagonizaron el golpe de Estado de septiembre de aquel año conocido por “La Gloriosa”. Los tres  se alzaron con el poder y comenzaron a buscar, con más alegría que método, un nuevo rey para España.  
El caos que organizó esa búsqueda fue de tal naturaleza que se manejaban, iban y venían, subían y bajaban, los nombres de una veintena larga de personalidades de distinta condición que podía ocupar el trono vacante, algunas animadas por cientos de entregados partidarios, y algunas sorprendidas al encontrar su nombre en las apuestas. Muy a su pesar, enfermo como estaba, cansado, dolorido y harto de todo, Méndez Núñez se encontró propuesto para la batalla por la corona. Un grupo de entusiastas de su figura heroica propuso su nombre que apareció en panfletos y comunicaciones disputando esa posibilidad a sujetos tan poderosos y en ocasiones peligrosos como Montpensier, Espartero, Fernando de Coburgo, el príncipe Hohenzollern o Amadeo de Saboya. Aquel contubernio le costó la vida a Prim, y una no despreciable parte de los que han estudiado la figura del oficial vigués han llegado a sospechar que también se la jugó Méndez Núñez. Sostienen que pudo ser envenenado por razones políticas, y suponen que el veneno estaba en el interior de unos cigarros con los que le obsequiaron en la sobremesa de un ágape de homenaje.".

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