Opinión

Por qué Manuel Cruz no puede dimitir, por ejemplo

Siento respeto por Manuel Cruz, presidente del Senado y 'número cuatro' en el protocolo del Estado. Hoy le utilizo como una deriva quizá algo nueva a la hora de explicar la pésima situación política que vivimos. Al reputado filósofo Cruz, un informe periodístico, al que concedo plena validez, le ha sorprendido plagiando textos de otros sin citarlos para elaborar un tratado sobre filosofía contemporánea. Qué le vamos a hacer: ni ha sido el primer caso ni será, temo, el último. El profesor Cruz se ve envuelto en el tumulto que no puede controlar y estoy seguro de que aceptaría gustoso una sugerencia para que dimitiese. No puede hacerlo porque sería lo que faltaba: la Cámara Alta, también en funciones y sin presidente cuando está quizá a punto de disolverse, lo que sacaría, sacará, a Cruz de los focos de la tormenta. No repetirá en el cargo si hay elecciones, que ya sabemos que probablemente las haya.
Pienso que el Parlamento, que ha estado como con sordina desde hace demasiado tiempo—el último debate sobre el estado de la nación, por ejemplo, se celebró en 2015, si mi memoria no falla—, ha de recuperar, aunque sea a última hora, su papel central en una política democrática. Puede que esta semana se celebre la última sesión de control parlamentario al Ejecutivo en la Cámara Baja, porque lo más probable es que la Alta ya haya concluido este tipo de comparecencias, si, como parece más verosímil, ambas cámaras se disuelven el próximo lunes 23. Les quedarían, a ambos presidentes, la del Congreso y el del Senado, apenas unos días en el pleno ejercicio de su cargo antes de pasar a estar en meras funciones, con actividad muy limitada. No parece, pues, el momento para andar dimitiendo por mucho que creo que al señor Cruz se lo pidiese el cuerpo tras haber sido sorprendido casi 'in fraganti' como plagiario de frases ajenas.
Me parecería inconcebible, en todo caso, que las consultas que el Rey se ve forzado a iniciar esta semana, y que casi todo indica que concluirán sin un candidato claro a la investidura, acabaran así, sin más. Sin una comparecencia de todos los líderes políticos ante un pleno de la Cámara Baja para, al menos, explicar claramente a la nación en qué han fallado, que no ha sido poco, por cierto. Más vale una vez colorados que cien amarillos. Aunque no haya investidura, me parece que sí debe haber sesión de investidura, porque el Parlamento, arquitrabe de la democracia, está para eso: para parlamentar. Y no, como ocurre hoy en España, para estar callado.
Que el señor Cruz haya dado explicaciones insuficientes sobre el presunto plagio -se ha hecho quizá demasiado ruido sobre un tema que no es esencial para la marcha del país, pero lo entiendo: yo también hubiese publicado lo mismo que mi compañero Chicote si lo hubiese conocido- no llama demasiado la atención en un país en el que casi nadie explica casi nada con claridad. ¿O es que usted se siente satisfecho con lo que nos han contado sobre las negociaciones, a primera vista bochornosas, entre el PSOE y Unidas Podemos? ¿O sobre el debate interno, que lo hay, en el PP y Ciudadanos acerca de qué hacer, por muy seguros de sí mismos y de la línea emprendida que aparezcan los señores Casado y Rivera? ¿O acaso podríamos sentirnos contentos con la nula reflexión interna sobre pactos y ofertas que observamos en el interior del partido que, en funciones, nos sigue gobernando?
Para mí, la respuesta a todo esto en 'no'. Si quieren, seguimos agitando el fantasma de Manuel Cruz como elemento de distracción de una quiebra política sin precedentes, que incluye esos silencios en el Parlamento y que ahora las cosas espinosas se expliquen en meros tuits o en ruedas de prensa apresuradas y tumultuosas. Como la que sin duda protagonizará Pablo Iglesias este martes, tras entrevistarse con el Rey. A este respecto, no descarte usted volatines ni fuegos fatuos: recuerde aquel 22 de enero de 2016, cuando el señor Iglesias, tras ver al Jefe del Estado, se descolgó con que se conformaría con la vicepresidencia, cuatro o cinco ministerios, los servicios secretos, la televisión pública* Volverá a lo mismo, porque él tropieza siempre con la misma piedra, que es su propio ego travieso: necesita titulares.
En fin, que nos espera una semana periodísticamente apasionante y, me temo que, salvo una sorpresa mayúscula, que casi descarto, ciudadanamente decepcionante. Y luego, hala, a repetir la jugada, como si aquí no hubiera pasado, no estuviera pasando, nada.

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