Opinión

¿Hay lugar ahora para una negociación política en Cataluña?

Resulta pintoresco que en algunas comunidades de España se hayan producido manifestaciones de solidaridad con los sediciosos catalanes y contra la sentencia del Tribunal Supremo, tan contradictoria en sí misma. Que, en regiones como Extremadura, a la cola de tantas cosas en el conjunto del país, aparezcan solidarios con la región más privilegiada, históricamente a costa de las demás semeja un mecanismo de identificación psicológica o complejo de inferioridad. Pero es una evidencia de que la quiebra social del proceso que vive Cataluña tiene un extraño y antinatural eco en otras regiones de España, como hemos visto en las docenas de personas que se manifestaron en Galicia, de manera especialmente pobre en la primera ciudad de nuestra comunidad.
Pero por encima de todo esto emerge de nuevo esa gran mentira sobre la propia historia de Cataluña como vemos a diario. Y como no podía ser de otro modo, se dice de nuevo que la explicación de que todo este proceso de violencia y rebelión tiene su origen en los recortes que el Tribunal Constitucional introdujo en el famoso Estatut de 2006, que el entonces presidente Zapatero aceptó antes de conocerlo. Y siempre la misma cantinela, siempre desde su privilegiado trato, presentando memorias de agravios, como se dolía el propio Azaña siempre para pedir “dinero y más dinero” al resto de los españoles”. 
Pero en esta hora, por encima de los disturbios y estragos de los que somos testigos y de la agitación que promueve la propia Generalitat, surge una pregunta: ¿Cabe hablar, como se insiste en algunos medios de que, pasado este momento de calentura, hay que dar plaza a la negociación política? Si, pero, ¿sobre qué? La fórmula de Zapatero de otorgar a Cataluña más dinero, un estatus de Estado a costa de reducir la presencia del que configura el Reino de España en aquella región, ya no vale. Los independentistas no sólo insisten en el irrenunciable objetivo de la independencia en forma de república catalana, sino que requieren en todo caso el reconocimiento del derecho a la autodeterminación ejecutado a través de un referéndum pactado con el Estado. Y de ahí no salen en el mejor de los casos. En otros, empezando por Torra, van directamente a la secesión sin más.
Como señaló en su día el constitucionalista Jorge de Esteban el Estatut de 2006 era en sí mismo una “Constitución” que desmontaba lo que quedaba de la acción del Estado en Cataluña con sus 223 artículos que cubrían todo resquicio e imponían competencias no cedidas. Ojo a este punto, porque fue el punto de partida de la pretendida “negociación política” con Sánchez pretenda salir del atolladero, peligroso camino, luego de haber dicho cosas como que Cataluña es una nación, que España es una nación de naciones u ofrecer incluso proponer reponer las competencias anuladas a través de leyes orgánicas, cuando no simplemente un nuevo Estatut.
Pero es que resulta insólito que se invoque que aquel Estatut era la expresión de la voluntad del pueblo catalán, cuando el referéndum a que fue sometido acudió a votarlo menos del 50 por ciento de censo, si bien tres cuartos de los votantes lo hicieron a favor. Por cierto  que, dentro de los zigzagueos constitucionales del PSOE, el partido de Sánchez (Véanse propuesta para la modernización del gobierno de España o la declaración de Granada) proponía reducir la competencia del Tribunal Constitucional para corregir los contenidos de un estatuto votado.
¿Es que se olvida que el famoso Estatut reconocía un Consejo General del Poder Judicial de Cataluña independiente del Estado o que impedía que el Estado interviniera con carácter general sobre competencias no cedidas; es decir, se usurpaban alegremente tales competencias.Teniendo en cuenta que desde los ámbitos del independentismo que se sigue insistiendo que la reforma del Estatut de 2006 en 2010 no dejó otra salida que seguir el camino de la independencia 
Sigue vigente el juicio de Ortega de que el conflicto catalán no tiene solución porque es un problema sentimental, cierto. Pero fundado en una gran mentira. El prestigioso historiador Henry Kamen escribe, con respecto a las tergiversaciones que sustentan la memoria nacionalista sobre la histórica fecha de 1714: “Uno no sabe sé si reir o llorar ante tanta insensatez”.  Hay que recordar de nuevo que el nacionalismo catalán miente, sabe que miente y que nosotros sabemos que miente. Yo creo que la mayoría de los españoles sensatos, al margen de nuestra propia ideología, asistimos estupefactos a las maniobras Torra, Puigdemont y sus cuadrillas para hacerse las víctimas e insistir en que perseverarán en sus actos y objetivos.
Y no conviene olvidar el paradigma de la política proteccionista que todos los gobiernos fueron otorgando a Cataluña a costa del desarrollo económico de otras regiones de España. Pero hay un elemento clave en la evolución de esta historia: la presencia de hijos de andaluces o murcianos, que en Cataluña eran antes de ayer “charnegos” formen ahora las vanguardias del movimiento independentista. No es de extrañar que en Extremadura se manifiesten contra la sentencia.

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