Opinión

Las músicas de batalla

Nada hay que yo recuerde más vibrante que la música, el torrente de sentimientos más intenso y emotivo, capaz de conmover, alegrar, glorificar, entristecer o levantar el alma, y perturbar o engrandecer el ánimo hasta lo más profundo de la condición humana. Música de amor y guerra es la que escuchamos inundados de cariño o conmovidos de ardor bélico. Música que vivifica y transforma, acaricia y conmueve… Como la tortilla de patatas, las más grandes tonadas de la historia han sido susceptibles de un casi infinito número de interpretaciones y nadie se ha puesto a calcular cómo fueron en su origen algunas de las más grandes aportaciones musicales, y al paso de los años y aún de los siglos se han respetado las condiciones que promovieron sus inicios. Lo digo esbozando una sonrisa vertical cuando escucho la canción partisana “Bella ciao” ejerciendo como banda sonora de una popular serie de las que ahora tanto se llevan, y penetrando con presteza y contundencia en el subconsciente colectivo sin que la mayoría de los jóvenes que ahora la tararean entusiastas tenga una idea cabal de lo que significó en su momento. El fenómeno no es nuevo. En 1820, una fracción del Ejército amparado por el respaldo de parte de la sociedad civil a cuya cabeza se puso el militar asturiano Rafael del Riego, se alzó contra el absolutismo de Fernando VII imponiéndole la instauración de un régimen constitucional. Riego terminó colgado del cuello en la plaza de la Cebada, pero antes, en sus momentos de gloria, un militar amigo suyo llamado Evaristo San Miguel, le puso letra a una tonada popular y así se compuso el Himno de Riego, vibrante y honrado canto a la patria, al valor y a la libertad que hablaba del honor, del soldado y del Cid. Por razones tan desconocidas como inexplicables, la II República – en lugar de respetar los símbolos del país que pudieran convivir tanto con repúblicas como con monarquías- convirtió una versión apócrifa y chirigotera del Himno de Riego en himno oficioso de la España republicana. Ni siquiera la música tenía gran parecido con la composición nodriza. 
En lo más secreto de mi corazón, admiro a los pueblos anglosajones, a los que las músicas de su historia les parecen respetables nazcan de los sucesos que sean. “Dixiland”, himno sureño por excelencia, lo interpretan hoy en día todas las bandas de su Ejército. Sin variar una nota  de su música ni una coma de su letra. Cómo me gusta eso.

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