Opinión

La palabra perdida

Dicen los filólogos, y dicen bien, que las palabras, si se emplean mucho, acaban desvirtuándose y perdiendo calidad y sentido. Existen expresiones que se han quedado vacías de significado por completo de tanto usarlas como decía Rocío Jurado que le había pasado con su amor. Miraba derecho a Ortega Cano y esbozaba una sonrisa vertical cuando la cantaba como si quisiera sugerirle al entregado público que a ella se le había roto de tanto darle matarile al torero.
En este conflicto de gravísimas consecuencias que asola Cataluña y que amenaza por romperla en mil pedazos como el amor que dice  Rocío. Se ha multiplicado exponencialmente la intervención de los medios informativos cuyos protagonistas se han volcado en la reproducción del diálogo de diseño que están recreando los políticos a los que el uso de la palabra está conduciendo irremediablemente al aburrimiento y a la miseria. Los actores de esta sainete trágico hablan y no paran, se expresan sin condiciones y usan y abusan de la sin hueso con el desatino que da la ausencia de fiscalización y la libertad de decir sin decir que es una ciencia que estos representantes nuestros en los foros parlamentarios han desarrollado con extrema perfección. El resultado es demoledor y nos asoma sin contemplaciones a un erial de verborrea incoherente y gratuita. Las palabras “diálogo”,  “condena”, “nación”, “extremistas” “radicales”, convivencia”, y todos los derivados de “paz” –“pacifismo”, “pacifista”, “pacificador”, “pacífico” y más aunque no me salen- han perdido todo su peso específico, no significan nada en los labios de unos actores que están jugando al tiqui taca con sentimientos sin tomar decisiones, sin actuar, sin hacer otra cosa que abrir la boca mientras la presión de la olla sigue subiendo. Padro Sánnchez, por ejemplo, no le coge el teléfono a Torra mientras Torra no emita una palabra de condena, como si este acto de maquillaje puro y duro pudiera eclipsar todos los actos impúdicos con los que ha jalonado su triste existencia como presidente de la Generalitat. Marlaska se ha asomado a las cámaras de televisión para asegurar que no existe peligro alguno para desarrollar una vida cotidiana normal en Barcelona, mientras las televisiones del mundo ofrecían de ella un paisaje dantesco. En cuanto al conseller Buch, basta con escuchar su errático decir. No hace falta interpretar nada. Basta con oírle.

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