Opinión

La deslealtad de los mossos

Cada vez más convencido de ello, yo soy de los españoles que cree en la plena vigencia de la premonitoria advertencia de don José Ortega y Gasset, cuando en 1932, en el discurso del debate sobre el Estatuto de Cataluña, vaticinó que el ya llamado “conflicto catalán” no tenía solución y ellos y nosotros tendríamos que acostumbrarnos a conllevarlo. Lo he invocado repetidamente. Ahí están los hechos, aparece y seguirá apareciendo cíclicamente en la historia de España, sin que las medidas meramente paliativas, como las que ahora se tomarán, sin duda, hagan otra cosa que diferirlo. Pero esta vez es peor, porque aparte de la quiebra de la propia sociedad catalana en dos mitades, aparecen nuevos elementos que agravan sus secuelas: los españoles rendidos y los que comparten, en otros lugares del país, las pretensiones catalanas (que hacen propias en sus territorios) y la asimilación de ciudadanos de otras comunidades de origen, residentes en aquella región que se han vuelto más separatistas que los que pretenden ser diferentes de los demás, en función de sus apellidos franco-carolingios. Lo ha dicho el propio Junqueras, que se parecen más a los franceses que al resto de los españoles, por lo tanto, que existe un hilo conductor de catalanidad de indudable origen racial. ¿O no es eso, precisamente?
El asunto catalán aburre, pero no sus consecuencias. Un elemento esencial de este proceso es –aparte de las mentiras y la manipulación, que tan bien han resumido dos catedráticos de Derecho de la Universidad Autónoma de Barcelona, suscrito en toda España-, digo que es la hipocresía. Tanto el fugado Puigdemont como sus conmilitones rebeldes hablan de “golpe de Estado” porque se aplique el artículo 155 de la Constitución; en su caso recurren al Tribunal Constitucional, cuyas sentencias ignoran; hablan de democracia y de Estado de Derecho y se instalan en la resistencia, cínicamente disfrazada con la contradicción de decir una cosa y presentarse a las elecciones del próximo 21 de diciembre para, sin duda, volver a empezar.
Y como les han brindado la fórmula para evitar la cárcel preventiva (medida rigurosamente profiláctica para evitar riesgo de fugas, como la habida), ya se apuntan todos a la fingida aceptación del artículo 155 para salir de ella los que están en la prevención carcelaria o ni siquiera conocerla. Es una burla de ley y una burla a todos los españoles que la cumplimos.
Estamos, pues, en una mera fase más de un proceso. No sabemos cómo acabará; pero se puede intuir que en ese movimiento continuo hacia la secesión hay elementos en escena cuyas graves consecuencias jugarán un papel determinante en el futuro, en cuanto a que el conflicto catalán no tenga solución, ni siquiera con la independencia.
Me refiero a la deslealtad de la inmensa mayoría de los casi 17.000 agentes de los mossos d´esquadra, manifiestamente mostrada el 1-O, y que constituyen una guarida pretoriana de vanguardia de los rebeldes como se ha visto y se descubre cada día. En su día vaticiné las dificultades de orden técnico para depurar las responsabilidades individuales de los agentes que incumplieran su deber de lealtad a la Constitución y el Estatut y de perseguir los delitos y cumplir las órdenes judiciales. A la vista está. La liviana depuración de la cúpula de este cuerpo deja intacto el resto. O sean, que se han hecho las cosas a medias.
Y aparte de esa masa de deslealtades, está el adoctrinamiento, la forma en que la Generalitat ha ejercido y ejerce sus competencias en Educación, de modo que las escuelas son una base operativa de fabricar odio a España a través de la manipulación, la mentira y la propaganda más descarnada. Y ello ha producido el efecto de que ya son varias generaciones de españoles nacidos o residentes en Cataluña que han sido educados en que son una cosa diferente del resto de los españoles que son, por principio, sus enemigos. Los vídeos y otras pruebas de cómo ha funcionado este maligno sistema son sencillamente aterradores, convirtiendo inocentes juegos escolares en juegos de guerra contra un enemigo que se llama España.
Conclusión: una reforma para nada: Por lo visto, algunos creen que diciendo que España es un Estado plurinacional y constituirse en un federal (cosa que en muchos sentidos ya es de facto, con competencias otorgadas a algunas comunidades que no se dan en estados propiamente federales), reformando la Constitución, otorgando a Cataluña un cupo como el vasco (es decir, que aporten menos de lo que reciben), incrementando las competencias de la autonomía y reduciendo todavía más la ya escasa presencia del Estado en Cataluña, o incluso otorgando a aquella región reconocimiento de paridad con el Estado y un sistema especial de relación dentro o con el mismo, las cosas se van a arreglar. Craso error. Puede que por un tiempo se calmen, pero persistirá la cuestión de fondo y se habrá permitido que la base de operaciones hacia la pretensión de independencia se reinstale y amejore.
El tiempo dirá si nos equivocamos. Que así sea.

Te puede interesar