Opinión

La cuadrilla de la feria

La atracción por los hechos históricos, y sobre todo las enseñanzas que de ellos se puedan obtener, no son precisamente materia que inspire a nuestros políticos a los que las experiencias con las que nos bendice el pasado no les sirven prácticamente para nada. Somos víctimas de una clase política francamente mala, ineducada, perezosa, cicatera y sin grandeza, que piensa solo en sí misma y que ha ido degradándose despreocupadamente con el paso del tiempo hasta tocar fondo. En mi opinión, ya lo ha hecho.
 Se cumplían ayer los cien días de Gobierno. Una fecha solemne que los responsables de los cuatro partidos nacionales que acaparan el noventa por ciento del espectro parlamentario han celebrado cada uno por su parte haciendo balance. Y el resultado de esa reflexión se antoja tan pobre, tan falto de enjundia, tan liviano y tan superficial que invita a que todos los españoles reflexionemos muy gravemente sobre cómo se puede combatir esta mediocridad bobalicona expresada en un lenguaje tan insustancial como políticamente correcto, para que esta tropa que nos gobierna desde la izquierda y desde la derecha despierte nuestra ilusión y nos respete y nos gobierne. Al fin y al cabo, de eso se trata el servicio público, aunque estas instancias sordas llenas de políticos intrascendentes lo entiendan.
Paradójicamente, los cuatro líderes que encabezan los partidos son muy jóvenes, quizá los más jóvenes cabezas de serie de todo el continente europeo. Sánchez tiene 46 años, Iglesias 40, Rivera 39 y Casado 37, pero desgraciadamente su discurso suena cada vez más hueco, más manido y menos sincero. Ayer, el presidente Sánchez se dirigía al país, utilizando su cuenta de twiter, para ofrecernos una visión idílica y fabuladora de lo que hay en verdad. Lo que ayer dijo Sánchez en esa intervención es tan relamido, tan vacuo, tan insustancial y tan desprovisto de atracción e interés que un espectador imparcial se pregunta dónde vamos con semejante presidente. Lo malo es que los otros tres van de lo mismo. Un esfuerzo para aparentar por fuera y nada por dentro, ni solidez, ni coherencia. Y mientras tanto, los índices económicos y sociales nos hacen señas angustiosas desde el callejón. Maestro -dicen- que este toro va a soltar un tornillazo que se va a cargar a la cuadrilla entera.

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