Opinión

La candidata de La Moncloa

Cada vez que el cronista visita últimamente Barcelona, la ciudad de sus amores, va quedándose más estupefacto: los muy variopintos ciudadanos barceloneses tratan de mirar hacia otro lado, conscientes de que la vida debe seguir -y sigue- al margen de algunos descerebrados que pretenden representarlos, mientras los tales descerebrados, del signo que fueren, prolongan el juego del disparate. Así, este viernes, el cronista sufrió un nuevo `shock` en su carrera de `mirón` de la política cuando oyó a un interlocutor, obviamente independentista, calificar a Elsa Artadi como "la candidata de La Moncloa". Y, aparentemente, no es él el único que hace correr tal apodo: percibí un esfuerzo, quizá la penúltima pirueta, por desacreditar a la mujer, envuelta en misterios y leyendas, que apenas hace una semana parecía una solución aceptada por los partidos secesionistas -CUP, claro, excluida- para formar un Govern `provisional` y desbloquear una situación asfixiante, evitando la repetición de las elecciones.
Pero resulta que una parte de los ya muy divididos independentistas catalanes ven ahora muy atractiva esa repetición, a la vista de los variados sondeos que pronostican que unas nuevas elecciones `autonómicas` -plebiscitarias más bien, diría yo- darían un triunfo muy sonoro al fugado Carles Puigdemont, en detrimento de Esquerra Republicana, que no ha conseguido hacer del encarcelado Oriol Junqueras el `Nelson Mandela a la catalana` apetecido. Y en JxCat, la última deriva de la ya olvidada Convergencia Democrática de Catalunya, siguen alentando la idea imposible de que Puigdemont, que pretende reinar desde la distancia en el Palau de la Generalitat, incluso vetando el acceso a determinados salones y despachos, pueda presentarse telemáticamente a una investidura, aunque sabiendo que eso no será. Y que, por tanto, habría que ir nuevamente a las urnas. Yes que el Tribunal Constitucional y el Estado, por mucho que se les quiera despreciar desde el secesionismo, siguen existiendo; incluso sigue existiendo, por muy debilitado y como ausente que esté, el Gobierno central.
Y, ahora que hablamos de ello, la posibilidad que más inquieta en La Moncloa, es, precisamente, la repetición de las elecciones. Prefieren casi abiertamente -casi- la hipótesis Artadi, una persona que tal vez -tal vez- estuviese abierta a un cierto -cierto- diálogo, y que, además, está al menos limpia de acusaciones judiciales por el momento -por el momento-. Y es que en La Moncloa saben que unos nuevos comicios agrandarían la distancia entre el bloque independentista y los constitucionalistas y que, para colmo, el PP prácticamente desaparecería en este último, arrasado por el Ciudadanos de Inés Arrimadas, que también, por cierto, ha tenido su cuota de desgaste en estos cinco meses.
De ahí que, desde la perfidia que caracteriza los pútridos cenáculos y mentideros políticos catalanes, en especial desde ambientes republicanos, se haya empezado a hacer correr, entre otras especies, eso de que Elsa Artadi es la candidata de La Moncloa. Quizá esa haya sido la verdadera razón por la que ella, que sin duda es persona con olfato político, ha hecho saber que, con proximidad o no a Puigdemont, no tiene ahora la más mínima intención, visto el panorama, de ser la candidata en la próxima sesión de investidura, si es que la hay.
Veremos, claro, si mantiene o no esa negativa: la vida política catalana da muchas vueltas, a veces en un mismo día. O si surgen más nombres -ya van por la docena- de posibles candidatos a presidir una Generalitat que, en estos momentos, está en manos de alguien que no la ha pisado en años, como Mariano Rajoy. El último nombre que circula es el del más que discreto diputado Antoni Morral, que aceptaría tener su cuarto de hora, casi literal, de protagonismo, evitando unas elecciones que, desde luego, a Esquerra Republicana de Catalunya para nada convienen.
Así ha visto este cronista el panorama en su corto, pero sin duda intenso, periplo en los últimos días a la capital catalana para atender ocupaciones profesionales. El cronista se ha reunido con gentes académicamente relevantes, que prefieren preguntarle por Cristina Cifuentes y sus `selfies` desde Salzburgo que seguir dando vueltas a la interminable noria de la especulación sobre el `y ahora qué` en Cataluña. Y se encontró también con personas de gran significación en la economía catalana que se encogían de hombros cuando les preguntó qué pensaban ellos que ocurrirá a continuación tras la `cumbre sabática` de Berlín.
Y habló el cronista con algunos colegas periodistas, con comerciantes, con taxistas, con quien pudo, y se encontró con un mortal aburrimiento: "que hagan lo que les dé la gana, podemos vivir sin ellos y también sin el 155 de Rajoy, y sin Madrid: a quién le importan ya los políticos", comenta un amigo, harto, dueño de un hotel barcelonés que se está resintiendo, aunque no demasiado, con la situación. Incluso habló el cronista con algunos niños, alumnos de un colegio privado, que vociferaban -en español- en el tren de Bellaterra a la Plaza de Catalunya. Pero ellos estaban, desde luego, ajenos a lo que hacen sus mayores.
Es , creo, lo peor que les puede pasar a quienes pretenden representar a `su` sociedad, a `su` pueblo: que les reciban con la más absoluta indiferencia, más allá de aquellos que siempre están dispuestos a aplaudirlo o a abuchearlo todo. O, peor, que los tomen a chacota, mientras la vida civil sigue su curso. Y La Moncloa, que ni tiene candidatos, ni candidatas, ni plan de acción, como si no ocurriera nada. Y es eso, nada, lo que está ocurriendo. Lo cual puede ser, espero equivocarme, el anuncio de inevitables acontecimientos más negativos aún si cabe. Pobre Cataluña, piensas, mientras regresas en un AVE abarrotado.

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