Opinión

La canción de Eurovisión

La elección de la canción que representará a España en el festival de Eurovisión -lo siento, pero todos los esfuerzos que he aplicado para deshacer la rima han sido vanos- se ha producido bajo las condiciones que yo mismo imaginaba, aunque nunca supuse que las candidatas a al puesto llegaran a esos extremos de deficiencia, casi todos los intérpretes desafinaran más de la cuenta y la canción elegida fuera una de las peores del lote. Pero rendida la designación a intereses bárbaros, puesto el operativo en las garras de Gestmusic, y decidido de antemano el estilo del producto a presentar, no cabía hacerse muchas ilusiones. La compañía que se ocupa de la organización del famoso concurso de cazatalentos “Operación Triunfo”, corre con todo y hace estrictamente lo que le da la gana, aunque de cara a la galería procure disimular su férreo control y su indiscutido monopolio con ciertas concesiones que los más cándidos aceptan sin rechistar. Por ejemplo, la suposición de que el certamen está abierto a todos los autores. En realidad, la recepción de temas ajenos a la égida de la organización es tan dificultosa que disuade de por sí. Las que llegan son recibidas y contestadas pero da igual. Al autor le mandan un contrato leonino y a todas luces inaceptable y ya está. Las canciones seleccionadas son las que la empresa encarga a los compositores de su confianza y con las que se organiza la gala final. La de este año fue desastrosa.
La canción aparentemente seleccionada por el público mediante llamadas telefónicas es una tonada verbenera que recuerda a las fanfarrias presentes en las fiestas de verano de cualquier pueblo costero mediterráneo y como ocurre con otros órdenes de la vida, vale para lo que vale. En este caso, es un chascarrillo muy indicado para esos ámbitos  estivales de charanga al aire libre, vino tinto y poca ropa, pero no parece adecuada para un festival televisado a medio mundo. En todo caso, las siete canciones que aspiraban a esa representación en Tel Aviv a mediados de mayo eran igual de absurdas, de triviales y de malas. Asistiremos, por tanto, a otro episodio como el de Alfred y Amaya del pasado año. En este caso hay un único intérprete –aunque presumiblemente lleve bailares, bombardinos y coro- y nos ahorramos la ruptura sentimental consiguiente. El puesto es lo de menos.

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