Opinión

Josep Jekyll y Borrell Hyde

Vaya por delante mi profundo respeto intelectual hacia la figura de Josep Borrell. Es un hombre cuya mente vuela alto, aunque a veces su carácter se dispare. Y le ocurre que, sintiéndose, involuntariamente supongo, por encima de la mayor parte de sus interlocutores, es de los que te reprenden, si eres periodista, por haber hecho alguna pregunta incómoda o inconveniente, olvidando que lo indiscreto e inoportuno son las respuestas, nunca las preguntas. Acabo de escucharle en uno de esos foros de campaña, ante el que quiso presentarse como cabeza de la candidatura del PSOE en las elecciones europeas y tuvo, muy a su pesar, que terminar contestando a nuestras interrogantes... como el ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España que sigue siendo, y así seguirá hasta que el 1 de junio adquiera su acta de eurodiputado y comience una previsible carrera internacional.
Lo que ocurre es que España está inmersa en un planeta de alto riesgo, altamente cambiante, en el que personajes como Trump y Putin, para no hablar ya de lo que ocurre en China, adquieren un protagonismo no siempre deseable. Y que la tensión abierta con Irán, que es improcedente por parte de Estados Unidos, según Borrell, ha encendido las luces de alarma en las portadas de los periódicos de todo el mundo. Y sucede también que una fragata española, la 'Méndez Núñez', acapara igualmente primeras páginas nacionales (y no solo) al abandonar súbita e inopinadamente la misión con Estados Unidos en el incandescente Golfo Pérsico, cuestión sobre la que, claro, interpelaron al ministro Borrell y no al candidato Josep. Y, junto a estos, fueron muchos los temas que el aún jefe de la diplomacia española hubo de esforzarse en responder o, mejor, en no responder, porque aquello era ponerle en un brete al candidato en las euroelecciones y seguramente muy posible vicepresidente futuro de la Comisión Europea.
Ha hecho mal Borrell en aceptar la dualidad de funciones y creo que se ha equivocado Pedro Sánchez manteniendo en primera fila, que es donde mayor riesgo se corre, a su 'hombre en Europa'. Cierto que un Gobierno en funciones tiene pocas posibilidades de maniobra, pero, si el encargado de los asuntos exteriores tiene que estar pensando en cómo arañar votos de acá y de allá, incluyendo, claro, de Cataluña, esa maniobrabilidad se reduce a casi cero. Y quien acaba pagando el pato es el país, que no puede fiarlo todo a esa especie de 'superministro de Exteriores' en el que a veces parece quererse convertir Pedro Sánchez, aprovechando que se ha revelado súbitamente, por mor de las elecciones, como una especie de líder de la socialdemocracia europea.
Comprendo que no era nada fácil sustituir nada menos que a Borrell en estas circunstancias; me hubiese gustado preguntarle por los nombres que se rumorean como candidatos a sucederle: algunos me gustan mucho, otros me inquietan, pero no es este el momento ni el lugar para andarse con quinielas de 'ministrables'. Solamente diré que creo que la 'ofensiva exterior' de España ha de consistir en algo más que en congregar embajadores y 'diplos' para que defiendan por esos mundos de Dios la buena reputación de nuestra nación, que algún 'fugado' independentista se empeña en destrozar, a veces con cierto éxito. Esa ofensiva exterior pasa por trazar una hoja de ruta ambiciosa en lo europeo, independiente en lo atlántico —no consiste solamente en hacer declaraciones contra Trump—, afanoso en lo iberoamericano y ético en lo que se refiere a asuntos polémicos, como la inmigración, la lucha contra los populismos o la venta de armas a países 'gamberros'. Eso, y una capacitación técnica que nos permita defendernos de esa 'guerra de las galaxias' puesta en pie por centenares de 'hackers' que son, en realidad, funcionarios de ciertos Estados que usted y yo sabemos. Y me temo que Borrell no está ahora para pensar en todas esas cosas.

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