Opinión

De la honra a la deshonra

De entre los muchos políticos de todas las tendencias y partidos que le está poniendo rostro, nombres y apellidos a la crisis del coronavirus, ninguno ha malversado  de un modo tan vertiginoso su dignidad como Fernando Grande Marlaska, aquel juez que investigó a ETA jugándose en estas faenas la vida, y al que una jugada de Alfredo Pérez Rubalcaba dejó frustrado y con un palmo de narices cuando el entonces ministro del Interior usó a un par de policías fieles para darle un soplo al propietario de una taberna de Irún llamada “Faisán”, que permitió la  fuga de una red de cobradores de  la banda terrorista. La taberna era una estafeta desde la que actuaba una amplia red de extorsión, pero en aquel momento no era conveniente que la Guardia Civil trincara a ninguno de sus miembros porque los fontaneros de Zapatero estaban dialogando con la cúpula etarra y una operación de caza y captura hubiera enturbiado aquellos encuentros. Marlaska fue  el juez que mandaba aquella operación, porque Garzón puso tierra de por medio alegando que se cogía unas vacaciones y le dejó el mochuelo.  Marlaska se quedó con un sumario incompleto entre las manos, sin apoyos y francamente vendido.

Lo curioso del asunto es que aquel fracaso, lejos de horadar la buena imagen del juez, la fortaleció considerablemente. La opinión pública entendió con carácter mayoritario que el juez Marlaska era el honesto y los policías soplones que trabajaban para Rubalcaba eran los chorizos. El propio Rubalcaba perdió en este lamentable suceso más plumas que el faisán que daba nombre a la herrikotaberna. Los policías fueron condenados a inhabilitación y un año de cárcel, y Rubalcaba salió ileso del lance pero políticamente chamuscado.

Parece mentira que un personaje que se labró un entorno agradecido como juez honorable y digno del máximo respeto, se haya dejado embaucar por una reunión tan impresentable como la que forma el Gobierno. Que haya aceptado proceder de un modo tan infame con la Guardia Civil, y que se haya comportado de un modo tan deshonroso con los que, en su tarea como magistrado, constituyeron su mayor y más preciado sustento. Hoy, Marlaska es, gracias a sus propias actividades al servicio de la insidia, un cadáver político, porque, salga por donde salga esta causa, nadie va a fiarse de quien ha jugado con los principios fundamentales del estado de Derecho. Hoy es ministro. Mañana, qué será, será.

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