el gobierno participativo

En momentos en que la opinión pública, está revuelta el gobierno representativo parece los más adecuado para lograr una mayor libertad y una corrección estructural en las desigualdades. Si los “representantes” no están suficientemente fuertes para sufrir las andanadas del poder emanadas de los intereses económicos, se verán asediados por gente que se encuentra en la necesidad de participar en movimientos para hacer valer sus necesidades.

El aumento de la pobreza y su tenaz persistencia en una sociedad dominada por el fundamentalismo del crecimiento económico es suficiente, es suficiente para obligarnos a reflexionar sobre los daños directos y los colaterales esta distribución de la riqueza. El profundo abismo que separa a los pobres sin futuro de los ricos, optimistas, seguros de sí mismos y sin complejos, es una buena razón para estar muy preocupados. La primera víctima de esta profunda desigualdad es la democracia. A medida que todos los bienes necesarios, cada vez más escasos y en manos de unos pocos, se hacen más inaccesible, para la supervivencia y llevar una vida aceptable se convierten en objeto de rivalidad encarnizada entre los que tienen y los que están desesperadamente necesitados. Es en ese momento en el que la democracia representativa constreñida por intereses extraños, aparece como defectuosa e incapaz de dar satisfacción a los ciudadanos.

Una de las justificaciones morales de los defensores del libre mercado ha sido cuestionada: la que afirma que la persecución del beneficio individual también proporciona el mejor mecanismo para la persecución del bien común. Según los informes económicos el 10 por ciento de los más ricos creció mucho más rápido que la del 10 por ciento más pobre.

Así pues, las desigualdades en la renta se ha ampliado notablemente. La riqueza de los más ricos no se ha “filtrado” a los de abajo, sino que los ha distanciado, y los ha enquistado en su miseria. Esto no los ha hecho más seguros, ni más felices, sino que aislados en su riqueza, hacen ver en las cosas más nimias e irrelevantes un peligro para su posición.

Las profundas desigualdades sociales que habían dejado de ser un problema acuciante, se ha convertido en el problema que deteriora la democracia representativa y busca denodadamente otro tipo de democracia en la que la participación sea el centro dinamizador. No hay políticos con capacidad de arrastre pero deseamos ardientemente que los haya. Y el final el que busca con persistencia termina encontrando.

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