Opinión

No, Franco no es Baltasar Garzón

Pedro Sánchez necesita un Baltasar Garzón". Este era el título que iba a ponerle a este comentario cuando, como hago todos los domingos, terminé mis tres horas de zambullida en la prensa de papel y en la digital, madrileña y la llamada 'de provincias'. Un ejercicio, amable lector, muy recomendable para conocer con cierta profundidad cuáles son los sentimientos de la opinión publicada, que debe ser reflejo, de alguna manera, de la opinión pública. Encontré en los medios una significativa unanimidad a la hora de criticar algunos de los últimos apresuramientos gubernamentales, que han dado en lo que han dado: rectificación -no reconocida- en la intención inicial de reformar, por decreto, una ley, la de Estabilidad Presupuestaria, que, al ser orgánica, ha de tramitarse parlamentariamente; el lío con lo de Franco, con los inmigrantes, con el secesionismo catalán, con la subida -o no- de impuestos, con los nombramientos en RTVE... Casi nada de lo que el Gobierno dijo, o sugirió, se cumple, y se producen, por otro lado, hechos inesperados por parte de un Ejecutivo que mucho lo fía, y razones tiene para ello, a los gestos. Claro, como no tenía programa electoral, dado que no hubo elecciones a la hora de llegar a La Moncloa, la improvisación es la tónica y, entonces, como decía un comentarista reputado, "al Gobierno se le va el país de las manos"...
Se está produciendo, constato de estas lecturas y escuchas, una suerte de inseguridad jurídica acerca de lo que el Ejecutivo piensa o no hacer. Lo peor que puede pasarle a Pedro Sánchez, incluso al Pedro Sánchez que está saliendo tan bien parado en la veleta de las encuestas, es que la ciudadanía incremente su ya notable grado de desconfianza en la clase política, que, cada mes de agosto, año tras año, aprovecha la agostidad para hacer, con alevosía, alguna barrabasada, como enfrentarse a jueces y fiscales a cuenta del 'desamparo' gubernamental al magistrado instructor Pablo Llarena. O sacar a Franco -laus Deo, por otra parte- del Valle de los Caídos a decretazo limpio, con lo relativamente fácil que hubiese sido, supongo, consensuar con la familia la salida del dictador, proponiendo convertir el Valle en una especie de Arlington de la reconciliación 'a la española'. O, claro, el incumplimiento de los plazos en el techo de gasto, devaluando, de paso -que tampoco estaría mal, si se hiciese con las formas democráticas adecuadas-, el papel del Senado. O, en fin, tantas cosas a las que no puedo, por razones de economía de espacio, dar cabida aquí.
Ahora, el Gobierno mantiene un 'weekend', no precisamente romántico sino dizque de meditación, en la finca de Quintos de Mora. Sí, aquella finca en la que se urdió, ante la angustia de un Gobierno de Felipe González que corría serio riesgo de perder las elecciones, cercado como estaba por tantos asuntos enmarañados o incluso turbios, la 'operación Garzón'. Baltasar Garzón era entonces un juez ('estrella', luego estrellado) aclamado por muchos, prestigioso. Le convencieron con promesas varias, luego no del todo cumplidas, para que se incorporase a la campaña electoral, como 'independiente del PSOE' con el puesto número tres por Madrid. Pude comprobar personalmente, en aquella campaña que seguí profesionalmente, las adhesiones populares y las reticencias partidistas que el polémico juez provocaba y seguro que ayudó, pese a todo, a que los socialistas ganasen aquellos comicios, tan comprometidos, frente a un Aznar entonces en alza.
Luego pasó lo que pasó, Garzón se enfadó por no haber logrado más poder(es), decía que para luchar contra la corrupción, y se fue dando un portazo... para investigar desde el juzgado algunos 'asuntillos' de los Gal. Felipe González acabó descalabrado -claro que peor aún acabaría Garzón-, pero logró, al menos, ganar aquellas elecciones, que era algo que no tenía nada claro antes del sorpresivo 'fichaje' del 'juez estrella', que ya digo que se urdió en la primavera de 1993 en Quintos de Mora, gracias a la inteligencia política y maniobrera de José Bono, que era quien, como presidente de Castilla y León, mandaba en la reserva, a la que luego Aznar, que la consideró 'su' rancho, invitaría a George Bush.
Me parece que Pedro Sánchez necesitaría, en la 'tormenta de cerebros' que ha montado en Quintos, encontrar un conejo que sacar de la chistera. Y no, el recuerdo decrépito del dictador Franco no es lo mismo de valioso electoralmente que Baltasar Garzón. Sospecho -quién soy yo para dar consejos- que, para ganar unas elecciones, Sánchez tendrá que echar mano de ideas de vuelo más largo que abrir las puertas de La Moncloa a los curiosos, que es iniciativa plausible del amo del 'ala oeste', Iván Redondo. Necesitan un Baltasar Garzón, vamos. Meter a Del Bosque, a Rafa Nadal, a Arturo Pérez Reverte, yo qué sé, en las candidaturas. O plantear alguna iniciativa verdaderamente creíble y beneficiosa para el elector.
Sí, pese a las encuestas amorosas, pese al evidente 'impasse' en las demás formaciones, se necesita un Baltasar Garzón en la chistera. Lo de Franco hizo ruido -no todo armónico-, pero ya no vale. Es preciso un golpe de efecto cara a las elecciones. Y, a continuación, convocar de una vez esas elecciones, claro, que ya vemos que es algo que a Pedro Sánchez le da bastante pereza. Mientras se pueda ir tirando...

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