Opinión

Fontanería socialista

En el último consejo del Gobierno de Galicia, en el celebrado antes de las vacaciones de agosto de 1988, se empezó pidiendo la dimisión o el cese de José Luis Barreiro y se acabó buscando la sucesión de Fernando González Laxe. Con un año de gobierno, nacido a partir de una moción de censura en la que, de un modo otro, habían estado implicados todos los partidos del arco parlamentario y casi, si no todos, los medios de prensa del país, aquello pareció una barbaridad y fue evitado. La fracasada sustitución de Laxe había partido de sus propias filas.
Al cabo del tiempo se cursó la factura correspondiente y un titular a cuatro columnas en portada y con fotografía se cobró el precio establecido. En el titular, Alfonso Guerra, que había sido mi amigo, se preguntaba “que hace un intelectual de izquierdas de maletero de Fraga” como consecuencia de mi viaje a Cuba acompañando al entonces presidente Fraga. Guerra, también Felipe, conocía el porqué de mi presencia y la habían aprobado. Al regreso hablé con Guerra y le recriminé su comentario. Me respondió dándome su palabra de honor de que él no había dicho tal cosa. Le rogué entonces que desmintiese el titular y me respondió que él no podía hacerle tal cosa a “su” partido. Hágase el lector una idea de lo que supuso tal titular y lo que significó para mí el lugar en el que había sido colocado.
Felipe González había sido contrario a la moción de censura que encumbró a Laxe y enviado a Carmen García Bloise con órdenes de abortarla. Fue inútil. Ya nadie se acuerda, pero la situación era insostenible y, poco meses antes, el mismo Fraga había apoyado la labor de desgaste parlamentario que habría de conducir a la dimisión del presidente Albor. Estrategia que había concluido, de modo precipitado, por la defección de un periodista, en la crisis de gobierno en la que José Luis Barreiro fue apeado por vez primera de su puesto de vicepresidente del gobierno gallego.
Ven ese consejo del mes de julio volvió a caer Barreiro y Felipe mantuvo su criterio. Los desplantes con los que agasajó a Laxe, presidente de Galicia y miembro de su partido, elegido por los diputados en uso del poder conferido por una democracia representativa, como la nuestra, en la que son ellos y no los votantes quienes deciden quién ha de presidir el gobierno o quién abandonarlo, esos desplantes, fueron tan desconocidos como antológicos. Guerra, que había apoyado la moción, secundó a Felipe. Lo sé bien porque yo seguía llevándome bien con él. Desde Suresnes ellos hacían lo que querían con “su” partido. Llegado el siguiente proceso electoral, Felipe no apareció por la campaña negándole su apoyo a Laxe y, pese a que éste consiguió más diputados de los que nunca ha obtenido el PSdeG/PSOE, Fraga se alzó con el poder y, nada más ocuparlo, Felipe puso a su disposición todo su gobierno de modo que el nuevo presidente gallego, en una demostración más que de fuerza de connivencia, pudo ser recibido por todos los ministros, de uno en uno, en una sola jornada. Un maratón, tan ridículo como inútil, tan esperpéntico como el aquelarre que despojó a Pedro Sánchez de la Secretaría General. Felipe hizo siempre lo que quiso con “su” partido. Quiso hacerlo con Almunia, lo hizo con Borrell en mala hora, continuó con Zapatero, Rubalcaba, Bono… de modo que las políticas dictadas fueron minando la capacidad de convocatoria electoral del PSOE. El último sacrificado fue el recién reelegido secretario general. A él se le cargaron fracasos debidos a sus antecesores en el cargo y se le pasaron las facturas correspondientes por no haber seguido los dictados de quien, y de quienes, seguían considerando al PSOE como “su” partido sin querer caer en la cuenta que el partido también es de los que solo son convocados cuando hay que pegar carteles o barrer el suelo de las sedes.
Ahora esa militancia, ajena a las enseñanzas de fontanería política que enseñan en las escuelas de verano de los partidos, de todos los partidos, que seguro que deben incluir las que afectan a los alcantarillados, acaba de pronunciarse dando una lección de transparencia democrática y de limpieza en la ejecutoria que ha devuelto a Pedro Sánchez al lugar del que había sido desplazado por medio de una operación que no será preciso calificar de nuevo porque ya se calificó por si sola. Ahora y el país, España si ustedes lo prefieren, está en mejor situación para evitar caer en un turno alternativo entre un PP que cuenta en sus filas con no poca de la extrema derecha incrustada en ellas y un Podemos que cuenta, por su parte, con también no poca de la extrema izquierda más radical.
Es fácil adivinar como entraríamos en ese turno alternativo entre fuerzas tan contrapuestas. Lo que se ofrecería mucho más complicado sería hacerlo con el modo de salir de la no alternancia una vez que los radicalismos, de un lado o de otro, se hubiesen impuesto. Ejemplos hay, en un sentido y otro, en los países que hablan nuestra misma lengua. Ahora se abre una nueva etapa. Un tiempo nuevo en el que hacer las cosas de otro modo. Por eso es de desear que nadie considere al suyo como “su” partido sino como el de de todos, incluso de toda la sociedad española, y de deje de anteponer sus intereses o los de las empresas que asesoran a los del conjunto de una ciudadanía que, en general, las está atravesando muy duras y difíciles. Es un tiempo nuevo.

Te puede interesar