Opinión

¿Europa? Quita, quita, lo importante es Teruel

Si tenemos que decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, confesaremos que las listas para las candidaturas europeas se han convertido en una especie de premio de consolación para quienes no pueden encabezar candidaturas provinciales en las generales. Casi todo el mundo prefiere la Cámara Baja, o incluso la Alta -no se puede pasar a mejor vida, dicen con sarcasmo quienes la disfrutaron—, antes que ir al Parlamento Europeo, pese a que tampoco deja de ser un chollo, con perdón. Demasiado frío, mucha lejanía y, en el fondo, a nadie le importa un pepino lo que allí se trate. Que, sigamos diciendo la verdad, es bastante poco y, además, muy aburrido.
Así, las listas europeas de los partidos en liza para las elecciones de abril y mayo se integran por mucho ex ministro, algún ex diputado relevante, gentes mayoritariamente veteranas que ya están 'quemadas' de la pelea doméstica. Poco importa si saben hablar con fluidez el inglés o el francés, y menos aún ambos: ya aprenderán; y, si no, que acudan a la traducción simultánea, que tanto en Bruselas como en Estrasburgo funciona de maravilla. A mí, qué quiere que le diga: que los del PP hayan relegado a Esteban González Pons, que ya tenía todas las claves de lo que se cocía en la UE, me parece casi tan grave como que hayan apeado los socialistas a Ramón Jáuregui. Con ambos he pasado horas en la capital belga departiendo de los grandes problemas de nuestro continente, que tanto ellos como yo mismo considerábamos que es nuestra única salvación en un futuro no lejano.
Pero nada. Bueno, al menos hay que reconocer que Josep Borrell es figura de experiencia y valía, aunque con mandíbula de cristal. Ahí le tenemos ahora, haciendo campaña en Washington a base de meterle un dedo en el ojo a Donald Trump, que no diré yo que sea cosa que me moleste, aunque quizá el ministro de Exteriores debería haber aguardado a dejar de serlo formalmente antes de lanzarse a irritar al oso. Yo creía que lo lógico sería reservar a las figuras de mayor experiencia y conocimiento internacional para representarnos en las reconozco que insípidas instancias europeas. Pero ya vemos que esas son cualidades secundarias; lo importante es haber servido con lealtad, a veces hasta más allá de lo razonable, al jefe, que es quien posee el índice de designar.
Luego se extrañan de que haya euroescépticos e incluso partidarios del Brexit. Estas elecciones europeas, que deberían haber sido una oportunidad de reconstrucción de la vieja Europa, corren el riesgo de convertirse en un nuevo fiasco: un europarlamento lleno de euroescépticos, de ultras, de piratas y de gamberros. Y, si los españoles no podemos permitirnos mantener la crisis política interna, ni le digo a usted ya lo que puede suponernos menospreciar nuestra presencia en la Unión, que es ya casi lo único que nos queda. Nada, que ahora se ha puesto -tampoco digo que sin causa- de moda hablar de las provincias olvidadas, quizá porque en ellas se juega casi un tercio de la composición de escaños en nuestro Parlamento. Teruel también existe, pero ahora más que nunca. Y a esa carcamal de Europa, que le den.

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