Opinión

Era esto

He visto a Rosa Díez, aquella voz progre -¿recuerdan?- que emergía desde las filas socialistas del norte para cambiar la vieja política, unirse a la bancada de Pablo Casado para pedir la dimisión de Pedro Sánchez y mostrarse nostálgica del escaño parlamentario perdido. He visto a emisarios correr por los pasillos de Más Madrid para empujar a Errejón –paradigma del bien pensar de las izquierdas teóricas- a sumarse con una nueva candidatura al desconcierto del puzle nacional. He visto y escuchado los cabreos de Albert Rivera y Pablo Iglesias indignados por la difusión de una foto, donde se les ve apesadumbrados, tomando café en los salones del Parlamento, como si la luz y los taquígrafos exigidos en el pasado debieran arder en las llamas de la Inquisición presente. He visto la legión habitual de politólogos y comentaristas de oficio abrillantar sus bolas de cristal para predecir, sin más fundamentos que sus ingenuos deseos, cuánto sucederá antes, durante y después de la nueva batalla electoral que concluye el 11 de noviembre. Y he visto el gallinero –perdón, el hemiciclo- de las Cortes convertido en unos aseladeros donde la alta política no sobrepasa a una disputa tabernera.
Y casi toda la oposición asegura que los ciudadanos estamos hasta la coronilla de acudir a las urnas y de votar en conciencia con nuestras ideologías o deseos. Que nuestro trabajo ya estaba hecho. Y he tenido la impresión de que las dos fuerzas emergentes –Podemos y Ciudadanos-, están aterrorizadas. Ellos, quienes, como la anacrónica Rosa Díez, habían nacido para transformar la vieja política de fuerzas hegemónicas alternantes –PSOE y PP- en el paraíso de las ideas, en el bien general por encima de los partidos y los nombres propios, en el funeral de los conceptos de derechas e izquierdas, ahora forman parte del engranaje y en lugar de aportar aceite vivo han incrementado la herrumbre y temen volver a escuchar la voz y el voto de la ciudadanía. ¿Era esto la buena nueva anunciada por los emergentes? Era esto.
Y he visto a una legión de portavoces acusar a Pedro Sánchez, por el momento el líder más votado, de llevarnos a unas nuevas elecciones. Y he escuchado a la señora Rosa en la cola del pan decir: “Hay que ser muy valiente para volver a pedir el voto antes de caer en componendas con esa panda de niños malcriados”. En el desbarajuste político de la última década solo nos faltaba escuchar al Parlamento español demonizando el acto de votar, “la fiesta de la democracia”, la voluntad del pueblo. Los paladines del cambio, incapaces negociadores, se han vuelto conservadores del trocito de poder conseguido y pregonan el viejo “virgencita que me quede como estoy”. ¿Hasta dónde la foto –pronto histórica- de Albert y Pablo representa el fracaso de las hipocresías ideológicas de ambos?
El cansancio generalizado es evidente. Pero no como consecuencia del uso de la libertad política que hemos obtenido, sino por el carnaval de incompetentes y farsantes –nada nuevo en la historia de las democracias- que tras el estandarte de la indignación están defraudando a las nuevas generaciones y propiciando movimientos ideológicos inquietantes. Yo me quedo con la reflexión de la señora Rosa en la cola del pan. Me parece estupendo que Pedro Sánchez, antes de claudicar de sus ideas, programas y principios, nos haya llamado a las urnas y se juegue a una sola carta -la de la libertad de la voz ciudadana- el buen ejercicio y empleo de la soberanía popular. Sí, hay que ser valiente, señora Rosa.

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