Opinión

Equilibrismo, malabarismo y magia potagia

Algún día, seguramente no muy lejano, comenzaremos a evaluar los daños y consecuencias de lo que ha ocurrido en los intestinos de España en los últimos seis años y, especialmente, desde enero de 2016 hasta ahora. No es mucho tiempo en la vida de un país, pero sin duda todos y cada uno de los días transcurridos han significado una pequeña, o no tan pequeña, revolución respecto a lo que el país era antes, cuando éramos felices, desinformados y creíamos que todo iba bien dentro de lo que cabía, porque nos lo decían nuestros representantes.
Las consecuencias de la enorme crisis política que hemos vivido y estamos viviendo, azuzadas por la explosión del contencioso catalán, larvado durante más de un siglo, empiezan a vislumbrarse ahora por sociólogos y politólogos, pero me atrevería a decir que apenas ha aflorado un mínimo porcentaje de lo que está ocurriendo, de lo que va a ocurrir.
Se evidencia un repliegue general hacia un cierre de filas, un cierto corrimiento hacia posiciones más conservadoras, más `duras`, menos flexibles: nadie parece ya querer primarias, ni consultas a la ciudadanía, ni limitaciones de mandatos, ni... Y ello ocurre en ambas orillas del Ebro: he podido comprobarlo en mis últimos recorridos por todo el país, presentando un libro, con públicos que muchas veces me achacaban ser demasiado `blando` en las soluciones que yo iba apuntando para poder salir del atolladero. Porque soluciones hay, pero no pasan, a mi entender, por el uso exclusivo del palo y de las togas con puñetas. Hay que cumplir la ley, pero `summa lex, summa iniuria`: aplicar la ley con rigorismo excesivo llevará a desconfiar de la justicia que así la aplica.
Muchos de mis interlocutores en el resto de España (y, por cierto, en Barcelona) pedían, y piden, `mano dura` para con los secesionistas que se han saltado las leyes. La justicia implacable del juez Llarena, `dura lex, sed lex`, a la hora de mantener la prisión provisional de Junqueras y sus compañeros encarcelados suscita muchos más aplausos que críticas, de manera que parecería un acierto del Ejecutivo de Rajoy el haber `judicializado` la crisis, en lugar de entregarla en manos de la negociación, la flexibilidad y la imaginación políticas. Aunque bien es cierto que los sondeos no reflejan del todo ese aplauso: más bien, el electorado parece volver los ojos a otro tipo de dureza, menos aferrada a los códigos, la que Ciudadanos muestra respecto a los nacionalismos.
La política se banaliza, se `tabarniza`, por un lado, y se convierte en una sarta de ocurrencias antidemocráticas -como la creación de un `Consejo Republicano` que mande en Cataluña desde el `exilio` de Bruselas, menuda locura-, por el otro. Si el héroe nacional-secesionista es alguien como Puigdemont, de este lado ensalzamos a Boadella casi como un jefe del Estado `en serio`.
Las ideas parecen crecientemente abandonadas a la furia tantas veces irracional de los tuiteros y ni una sola iniciativa válida parece salir de los micrófonos ocupados por los representantes políticos, vengan de donde vengan. El panorama político se empobrece aún más cuando, encima, se buscan soluciones de aluvión, rostros banales improvisados que sustituyan a los actuales que se difuminan o resultan ya imposibles. Elsa Artadi, a quien nadie ha elegido para el cargo (claro que tampoco se hizo con Puigdemont, `cooptado` por la CUP), aparece y desaparece fugazmente como solución de recambio, y en el lado constitucionalista se escruta cómo Ciudadanos da el `sorpasso` al PP, de manera que, en alianza con el PSOE, podría ser una alternativa al actual Gobierno de Rajoy, que tiene voluntad clara de permanencia pero al que muchos, incluso entre los `populares`, quisieran empezar ya a agradecer los servicios prestados. Equilibrismo, malabarismo y magia potagia en nuestra vida pública, en suma.
Con el Ejecutivo y el Legislativo bastante inoperantes, más allá de operaciones de relanzamiento que son más bien de imagen; con el Judicial claramente sobrevalorado y con los medios cada día más polarizados y quizá, algunos, incluso teledirigidos `desde arriba`, creo que el panorama empieza a ser digno de estudio y de urgente remedio. Porque se advierte en el cuerpo social un enorme cansancio, un desdén por la cosa pública que fácilmente pueden detectar los que analizan las `tripas` de los sondeos del CIS y de entidades privadas. Cataluña vuelve a 1934 y España entera se instala en una especie de inocentada permanente, quizá para no volver a la enorme falta de autoestima de 1898, el momento anímicamente más bajo en la Historia moderna del país. Hay que hacer una evaluación de daños en el plano político, en el jurídico y, pese a los buenos datos macro, también en el económico, en el institucional, en el mediático. Inútil, y peligroso, empeñarse en que todo va bien y en llamar agorero, intentando prescindir de él, a quien así no piensa.

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