Opinión

El uso del decretazo

Nadie que respete un sistema parlamentario puede ser partidario del uso del Real Decreto porque representa una fórmula de legislar extrema ideada precisamente para orillar la fiscalización de las cámaras y la inexorable decisión de las mayorías parlamentarias. El Real Decreto tiene de engañoso hasta el nombre porque en un contexto en el que el rey, por mandato constitucional, no tiene más utilidad que la que tiene, llamar Real Decreto a una imposición que el monarca firma pero en la que ni pincha ni corta es cuando menos, una broma de mal gusto.
Uno de los políticos más denostados del siglo XIX, el indocumentado periodista y político sin principios Luis José Sartorius, se hizo famoso por gobernar de este modo. Convertido en primer ministro de la Corona casi por casualidad, tras perder media docena de debates parlamentarios que lo colocaron en una situación muy desagradable, resolvió disolver las Cortes y gobernar a partir de ese momento apelando solo a Reales Decretos. Se pasó año y medio con las Cortes clausuradas atizando decretazos que lo mismo servían para destituir generales que para despedir funcionarios. Así, y siendo periodista y editor, impuso la peor ley de prensa que se recuerda, metió en la cárcel a los díscolos y contrató a quien le ofreció condiciones más ventajosas hasta que una asonada como tantas otras acabó con su pintoresca manera de gobernar. La rebelión que derrocó a Sartorius pasó a la historia como “La Vicalbarada” y tuvo la curiosa virtud de poner de acuerdo a Espartero y a O’Donell, lo cual no era precisamente tarea fácil.
Con el que va a permitir sacar a Franco de la huesa tras más de cuarenta años, Pedro Sánchez ya ha echado mano de esta técnica con siete decretos-ley en diez Consejos de Ministros, incluyendo decretazos para la violencia de género que tiene de los nervios a los jueces, para la designación del consejo y la presidencia de la RTVE, para el acceso universal al el sistema de Salud, y algunas otras decisiones menores. Antes de plantear la moción de censura Sánchez abominó públicamente de este uso que consideró profundamente irrespetuoso  y rotundamente antidemocrático. 
Ya hay otro en la recámara que tratará de orillar la intervención del Senado en la elevación del techo del gasto. Suma y sigue hasta que el cuerpo aguante.
 

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