Opinión

El triángulo

En una de mis novelas, quizás en “Martázul”, he afirmado que las o los amantes siempre disponen de mejor información íntima y real del adúltero/a que la persona “oficial”, quien completa el triángulo amoroso. Una baza que, usada en caso de conflicto, a “la otra” le proporcionará muchas ventajas. (Permítanme la licencia de continuar escribiendo con el lenguaje machista tradicional). Esto es, imaginemos un macho alfa y dos mujeres amantes en Madrid, la esposa y la otra, la del romance de Concha Piquer que a nada tiene derecho, ni lleva un anillo con fecha por dentro. En el triángulo castizo y conservador el macho engaña y juega a dos amores distintos, como el corazón loco de Antonio Machín. No entiende cómo puede querer a dos mujeres a la vez pero se justifica encuadrando a la primera como el amor sagrado de esposa y madre, mientras la segunda es el amor prohibido, el complemento de sus ansias. Un juego perfecto hasta ser descubierto por la legal o puesto contra la espada y la pared por la ilegítima. Y justo ahí comienza la tragedia triangular, siguiendo el precepto de la moralina tópica, con la hipocresía habitual.
¿Quién gana y quién pierde? Según los cánones del folletín clásico, los tres sufren antes de sucumbir. Él porque ve su juego de poder enturbiado, el desequilibrio de la balanza lo lleva al trance de malgastar a las dos amantes sin remedio. La esposa, el amor sagrado, no puede soportar la traición y hace valer sus derechos legales. La amante secreta sabe que la ley no la protege pero guarda en el joyero todos los regalos y confidencias, todas las debilidades y tendencias azarosas. Es una bomba de relojería activable en cualquier momento. La pérdida total viaja en un tiovivo, al filo de un verso mal rimado. Sin embargo hoy a ninguno de los tres vértices le compensa ese final. Los tiempos han cambiado y por separado deciden ser modernos, progresistas sin desprenderse de los tics conservadores. ¿Por qué no llegar a unos acuerdos? A convenios secretos con dos contratos e intereses distintos. 
El triángulo es equilátero y permite al macho alfa, creyéndose en el vértice superior, poder pactar dos a dos sin que los otros ángulos de la base dispongan de todas las claves. Y así nace la nueva versión del acuerdo en negro dentro de un triángulo necesariamente oscuro, pero anunciado a la sociedad como final feliz. Pero la realidad es cruel, el tercer lado tarde o temprano hace valer su poder comunicante entre las dos partes damnificadas. Y ellas, naturalmente, de nuevo se sienten traicionadas por partida doble, se consideran perdedoras y dispuestas a exigir el cumplimiento de los compromisos escritos bajo secreto. El romance o el bolero se tornan apasionantes a ritmo de rap. Estallan rupturas y explosiones por los tres lados, los misterios se desvelan, los intereses se superponen, las trapisondas alcanzan valor y trascendencia. ¡El experimento ha fracasado!
Visto así, por mucho que deseemos cambios, la experiencia nos enseña que los triángulos sentimentales rara vez funcionan. Y menos aplicados en política, por lo que no se entiende cómo el PP de Casado ha desoído este viejo cuento a la hora de emprender sus relaciones íntimas con VOX y Ciudadanos. Véanlos ahí, a la gresca. El macho alfa derrotado, la descentrada compañera natural despechada, la amante indebida destapando secretos con conceptos ambiguos de concejalías evanescentes. Aireando nuevas debilidades ocultadas al amor sagrado, a quién el macho acababa de prometer fidelidad eterna en Andalucía o en Castilla-León… ¡Qué añejo huele todo esto!   

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