Opinión

El qué hay de lo mío que no cesa

Félix Tezanos, escudero ejemplar al que le importa un bledo lo que digan de la cocina, del mangoneo y de sus encuestas, ha vuelto a trazar el camino a seguir. Si el señorito para el que trabaja con una sonrisa que le va de oreja a oreja sin cobrar horas extras aplaza su investidura presidencial y aprovecha el rebufo, logrará un triunfo histórico superando incluso a Felipe González que debe estar atravesando el mismo amargo momento que atravesó el atleta Pietro Mennea cuyo récord de los 200 lisos le duró diecisiete años hasta que un desaprensivo llamado nada menos Michael Johnson lo rebajó en algo más de cuarenta centésimas. Dice Tezanos que en estos momentos, el líder obtendría el 40% de los votos aunque algunos aguafiestas sospechen que la nueva entrega del CIS se ha confeccionado exclusivamente para meter miedo a Podemos y obligarle a entrar por el aro de lo que le ofrecen. Que Iglesias se vaya olvidando de ser ministro y que se contente con que uno de los suyos sea, un suponer, presidente de Renfe que tampoco es mala cosa eso. Todos sabemos, y esta semana nos lo han enseñado en los foros europeos, que una cosa es el servicio a la Humanidad y otra muy distinta no pelear por las lentejas. Los eurodiputados se han pasado noches enteras debatiendo las parcelas del poder y del dinero así que, igual mostrando ambos posibles socios las cartas, llegan a un definitivo acuerdo.
Para nuestra entera desgracia, los únicos factores que mueven a nuestros políticos son aquellos que hablan de todo eso. De poder, de pasta, de control, de mando, de influencia… Nada se ha dicho ni probablemente se dirá de programas, de compromisos, de pactos esenciales. Hace unos días escuche por la radio que la recién elegida  primera ministra socialdemócrata de un país nórdico planteó y obtuvo el compromiso de varios partidos de su entorno, no a cambio de puestos y generosos sueldos como pasa aquí,  sino en razón de un programa de gobierno básico contenido en dieciocho puntos que complació a sus representantes y nadie exigió para firmar un ministerio. 
El “qué hay de lo mío” es una cosa muy nuestra y en realidad nos ha hecho polvo desde los tiempos de Fernando VII. Lo más ingrato es que nada ha cambiado y seguimos igual. Vamos a ponernos en lo peor y pensar que, a lo mejor, vamos otra vez a las urnas de cabeza.

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