Opinión

El palo y la zanahoria

Una de las características más repetidas de las situaciones de crisis es la respuesta de los afectados en forma de dientes de sierra. La población asiste con el alma en vilo a un abanico ingente de informaciones contrapuestas que inciden en su ánimo, alternando momentos de franco optimismo con otros de desmoronamiento, ambas reacciones producidas atendiendo al signo positivo o negativo de las informaciones que se reciben. Como el ánimo con el que se afrontan estos mensajes es muy frágil y su consistencia está francamente suspendida de un hilo, vamos dando bandazos de lo bueno a lo malo y de lo malo a lo bueno, navegando en un mar de incertidumbre que reduce nuestra capacidad de defensa y nos hace vulnerables. Un día advertimos que ya hay luz al final del túnel y al día siguiente la luz nos la apagan de un plumazo.

Desgraciadamente, sospecho que, tras un periodo de optimismo tal vez desmesurado, esta semana toca atravesar un periodo de realidad y por tanto, tristeza. Se impone la creencia de que habrá un serio repunte que en otoño que nos devolverá a la casilla cero o lo que es aún peor, a un riguroso nuevo confinamiento, existen muchos cálculos que fijan la posibilidad de recuperar una vida más o menos normal mucho más allá de este verano –lo que probablemente nos va a privar de algún sucedáneo de veraneo- e incluso hay comunidades científicas que pronostican la práctica certeza de que el coronavirus se va a convertir en un mal endémico con el que tocará convivir haya o no haya vacuna. Ayer, un científico decía en televisión que si imaginamos que esta situación es el tablero de un parchís –en el que cada color de fichas ha de rendir un recorrido de cuarenta casillas- nosotros nos encontramos a estas alturas y todavía, en la tercera. Son todos mensajes seguramente rigurosos y, desde luego, pesimistas.

Estos días y en las zonas del país que la ley ha permitido, la gente ha recuperado parte de la sonrisa oculta bajo la mascarilla. Lo ha hecho porque ha podido tomarse unas cañas en la calle, ha podido recobrar el calor familiar con reuniones de hasta diez personas en ámbitos privados, ha tornado a tomar el sol, respirar aire puro y hacer ejercicio. Esa fue la zanahoria, y luego ha llegado el palo. ¿Vendrá la zanahoria otra vez? Ojalá sea cierto.

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