Opinión

El nivel y la categoría

Aquella inolvidable, tierna y encantadora Gracita Morales en una de sus películas… llama por teléfono a una colega para cotillear y el film registra un delicioso diálogo. Con su inconfundible tono y acento le dice: “Hola Puri, ¿qué me dices? ¿Que te han puesto un televisor en el cuarto...? Si ya digo yo que no es lo mismo servir en casa de un marqués que en casa de un pastelero. ¡Qué nivel, qué categoría!”. Recuerdo en estos tiempos muchas veces lo del “nivel y la categoría” al observar intervenciones sobre todo de las “Señorías” que se acomodan en los sillones de la Carrera de San Jerónimo. Oponerse con ruido, pancartas, camisetas o con aquella naranja célebre, a nada conduce. Y la cosa llega a límites insospechados. Que un diputado llame a otro: “Gánster, mamporrero, la corrupción es usted”, cuando menos es sorprendente y sin precedentes en la oratoria parlamentaria.
Me pregunto si es el lugar y son las formas las adecuadas o más bien se convierte el “sagrado” recinto en una jaula de grillos en la que incluso algunos se atreven a insultar o afirmar que la madre de alguna de sus señorías es, digamos, “de moral distraída”. Ya me entienden… Me niego a admitir que sean argumentos de recibo los insultos y las descalificaciones groseras y los gestos incluso obscenos. Como diría en célebre frase Torcuato Fernández Miranda: “No es eso, no es eso”. Ciertas intervenciones hacen recordar a muchos de sus antecesores en los escaños como Emilio Castelar, Gil Robles, Julio Anguita, Herrero de Miñón, De la Mora, Blas Piñar, o a Carrillo, Felipe González y Fraga entre muchos cuya oratoria era única aunque se podía discrepar. Pero sabían estar. Lo que decíamos hace tiempo en esta sección sobre el argumentar o vociferar.
Porque las cosas llegan a tal extremo que van en detrimento de la institución e incluso de la educación con exabruptos muy tristes y deprimentes. Lamentable lo que acontece en los últimos tiempos. Pasan las épocas, se renuevan las personas pero si estas “novedades” se reducen a extemporáneas intervenciones lo mejor es “pasar” de todo aquello. Conducen al aburrimiento y la vergüenza ajena. Si el aire fresco que necesita urgentemente la politica española se reduce a un discutible cambio de imagen, vestuario, formas y lenguaje entonces estamos al borde del caos. Es algo más lo que necesita el pueblo español que añora cordura, sensatez y formas civilizadas. Lo contrario es convertir las sesiones en espectáculos circenses de muy mal gusto y que causan poca o ninguna gracia.
Porque para discrepar tiene el rico diccionario castellano infinitas formas y expresiones que incluso pueden ser graciosas, sin ofender, como aquel manido recurso de Gil Robles cuando suelta ante quien le argumentaba que su ropa interior era muy vidriosa: “Señoría, siento y siento muy de veras, la indiscreción de su señora”. Elegantes hasta en las réplicas a intervenciones ofensivas. Los debates que anhelamos los españoles, que en definitiva somos quienes les hemos colocado allí, son de otro calado. A nadie le interesan las flaquezas del prójimo. Ataques y respuestas como las que estamos oyendo son un bumerán que en definitiva a quien ofenden es a quien los pronuncia. 
Soy de los que piensan que las instituciones, los países, la sociedad en suma, nunca se renueva con ocurrencias del momento y menos con ideas sin contenidos y cortinas de humo que en definitiva distraen de la verdadera sustancia y ocultan los verdaderos problemas. Algunos tapan su ignorancia y falta de ideas con insultos que nunca y desde ningún concepto son admisibles, y van contra el Reglamento de la Cámara.

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