Opinión

El edificio

Si España fuera la 13 Rue del Percebe hoy estaría a punto de desmoronarse con la misma facilidad de un edifico de harina. De los cimientos al ático todo lo cómico es dramático y solo falta la sirena de alarma apremiando a salir corriendo antes de que los techos, ya maltrechos, se derrumben sobre nuestras cabezas. Desde las profundas cloacas, donde navegaba Dolores de Cospedal & Cía., al tropiezo en las alturas del Tribunal Constitucional y del Consejo del Poder Judicial, ni un solo piso ofrece tranquilidad.
Lo dicho no es una broma ni una sensación simplemente catastrofista. Empecemos por los sótanos donde además de Villarejo las ratas y las termitas de la corrupción han destruido todos los cimientos de la credibilidad y la esperanza en un Estado democrático con bases sólidas de igualdad, de respeto a la historia y de fe en el futuro. El vodevil de Dolores de Cospedal, su marido y el comisario corrupto, es una simple anécdota que, como las trompetas de Jericó, anuncia destrucciones mayores. No podemos caer en la ingenuidad, ni hacer caso del cinismo de las dimisiones obligadas, de creer que las grabaciones de Villarejo se mueven con el único resorte de sus manos, sus intereses y su poder. La trama, en buena lógica no conspiranoide, debe formar parte de una red más poderosa de la que seguiremos teniendo noticias. 
El edificio sustentaba su funcionamiento en unos bajos y entresuelos donde las distintas administraciones disponían de recursos humanos y materiales suficientes. La guerra desatada contra el funcionariado en general, la falsa idea de su excesiva presencia e incompetencia, las normas de recortes –tasas de reposición y otras- y las leyes de encorsetamiento sobrevigilado están consiguiendo que desde las administraciones locales, pasando por las provinciales y autonómicas, hasta llegar a las cumbres del Estado, sobrevivan atascadas y atemorizadas. Ralentizando la vida pública en todos sus estamentos con la errónea idea capitalista de obtener rentabilidad de la administración de lo público, como si fueran empresas o industrias. ¿Si así el edificio no funciona, de dónde emana y por qué se sostiene esta dinámica?
Con las tuberías atascadas, la corriente eléctrica a punto de ser cortada por exceso de especulación, el gas por las nubes, los pensionistas contra la pared que se desmorona, la sanidad en venta, la educación orientada a formar profesionales para la emigración y obreros para la precariedad nacional… Los pisos del edificio son cada día lugares menos atractivos como bienes excepto para los fondos buitre que, seguramente, también son accionistas de la empresa de derribos que nos ha traído hasta aquí.
Y así las cosas, si no fuera porque es falaz, a nadie debiera extrañar la existencia de propietarios independentistas dispuestos a separar su propiedad del resto de la vecindad. Pero si el edificio se hunde también ellos acabarán entre las ruinas por muy héroes que se consideren.
Y ya en las alturas del ático, viendo el desprestigio de la justicia, atenazada por el poder económico, rotos los espejos de su aparente independencia, todo invita a temer cualquier catástrofe al estilo de un poltergeist emanando del Valle de los Caídos o de sus emergentes correligionarios.

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