Opinión

El circo de los horrores

El uno es un arlequín funambulesco, un polichinela, un Juan Tamariz de la vida; astuto y desternillante, cruel y estrafalario, brutal y carnavalesco; capaz de desaparecer en el maletero de un coche y de auto desterrarse allende los Pirineos. No se maquilla, construye otra persona: él es el que no es: un “valent”. Erasmus cinco estrellas: de la “Gran place” al “manneken pis”, de la Ópera a los “moules avec frites”; habita en Bruselas pero vive en la higuera: destruyó las instituciones sin tener preparada una alternativa, proclamó una República que ni él mismo reconoce y que duró lo que dura la cuenta regresiva de un misil, y como tal salió disparado hacia Waterloo dejando a sus compañeros al albur de sus paridas y a los pies del Tribunal Supremo.
El otro vive en modo show todos los días: sin sentido del ridículo, ni sentido común, ni sentido del humor, ni sentido de la realidad, ni sentido de la rotación de la tierra. Titiritero, saltimbanqui, payaso, bufón, contorsionista; alentando las protestas en las calles y aplaudiendo a los manifestantes, al tiempo que envía a los Mossos d’Esquadra a zurrarles la badana por manifestarse; epicentro del “tsunami democràtic”, el vértigo de la sinrazón le ha trastornado la mollera. Legítimo pero ilegal. Presidente de unos cuantos miles de exaltados,  y presidiario en ciernes (sí hay cárceles para tanta gente). Urdidor de una maraña de patrañas que tiene al resto del mundo entre el rubor y la carcajada. Retuerce la realidad a su antojo en la escenificación del “relat”, pero no dará el brazo a torcer hasta que no le retuerzan los huevos. Matraca, carraca, tabarra, telenovela y culebrón secesionista; no se calla ni debajo del agua este hijo de mil pares de pirolas. 
“¡Ladies and gentleman”, pasen, pasen y vean; el circo de la mentira está en Cataluña y lo llevan un par de gilipollas! Estos dos flautistas de Hamelin –un tonto coge un camino, el camino se acaba pero el tonto sigue- en vez de ahogar las ratas independentistas despeñarán a sus ciudadanos por el “precipici”. Un tonto destruye un pueblo; dos destruirán la Autonomía catalana. Yonquis de la posverdad, la droga dura del “procés”, encantadores de estólidos –stultorum infinitus est numerus-, que aplauden su huida hacia ninguna parte, este par de instigadores del desastre, una vez enfriada la alharaca secesionista, curarán la fiebre de sus sueños delirantes a la sombra. Si no, al tiempo. 
La imbecilidad es tendencia; todo imbécil tiene derecho a un minuto de gloria; pero esta es una República de chichinabo, que alientan una docena de revolucionarios de tres al cuarto, que arengan unos cuantos miles de descerebrados y que padecen siete millones de paisanos. Un circo de los horrores. No habrá aplausos en la última función, solo luces apagadas y chirrido de cerrojos. El 155 está tardando ya demasiado.

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