Opinión

El becerro de oropel

Entonces Moisés dijo: “Poneos cada uno la espada sobre el muslo y pasad y repasad el campamento de puerta a puerta, y matad cada uno a su hermano, a su amigo y a su vecino”. Esta perla provenía del más sanguinario de los dioses, Jehová, en castigo por haber construido los israelitas un becerro de oro con las joyas que habían rapiñado en Egipto. El profeta, tras su cuarentena en el monte Sinaí, al encontrarse con el añojo de dieciocho quilates montó en cólera y rompió las Tablas de la Ley. “Y los hijos de Leví (y de la gran puta) lo hicieron conforme al dicho de Moisés y ese día del pueblo cayeron como tres mil hombres” (Éxodo 32: 26-28).

Como microbios en albañal crecen ahora los anticapitalistas; se multiplican como bacterias en cultivo los contrafácticos, y los insectos de la demagogia pululan de tuit en tuit con sus víricas consignas: “Sexo anal al capital” y aljófares por el estilo. Todo se vuelve ecofeminismo, contraturismo, solidarismo. Catarsis sicopática. Sin embargo todo dios reclama ERTES, moratorias hipotecarias, subsidios y cesantías.      
No se puede aspirar a ser pobre de solemnidad y tener una salud de hierro. Y menos una sanidad como la del “Cedars-Sinai Medical Center” de Los Ángeles. Los demagogos de guardia (muchos, cresos comunistas) hablan ya de salud versus economía como si la segunda parasitase la primera; son simbióticas. Poco nos dicen en cambio del postcapitalismo que profetizan.

Y después de después qué ¿Hambrientos contra sanos? La paradoja es que el becerro de oro que adorábamos, la sanidad pública, ocultaba algo de oropel y purpurina: no hay UCIS, ni EPIS, ni respiradores artificiales; se salva el personal sanitario, que se multiplica en la carencia. Se hicieron corruptelas a mansalva (llamémosle hospitales nuevos) pero no se dotaron de los adminículos necesarios para una población envejecida. El sistema es inmenso pero frágil, el Covid-19 es diminuto pero aniquila. 

Un gobierno central desnortado, inerte en las vicisitudes, heroico en su logorrea, nos advierte: “nos esperan semanas muy duras”, “cuando pasen algunos días, quedarán otros cuantos”, “no creáis las fake news, creed en el Dr. Bacterio Simón que no dio una en el clavo”. Los diecisiete reinos de taifas ocultan su incuria previa escudándose en el mando único. Y un general en pelotas con charreteras del ejército del aire es posible que abrigue incluso la esperanza de hacer despegar los cazas para combatir al volador indestructible.

Todo resulta paradójico. A falta de estadistas juiciosos vemos figurantes en prime time. Torra, el independentista catalufo, blasfema en arameo; Feijoo, el de “eu son o bo camiño”, habla en castellano; Sánchez fala en galaico portugués con su amigo el primer ministro lusitano para coordinar una estrategia conjunta frente al invasor: “si son moitos, fuxir; si son poucos, esconderse; e si non é ningún, ¡fogo niles!” Los demás, acojonados, enmudecemos.  

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