Opinión

Los deberes de casa

Anda la comunidad educativa revuelta. Bueno, de eso hace muchas décadas porque de manera incomprensible las leyes educativas están al socaire de quien gobierna y eso es nefasto en definitiva para la formación de un país. ¿Cuándo de una vez habrá una ley duradera? Hacen falta personas de Estado capaces de mirar al bien de la juventud antes que la ideología política, y que elaboren planes estables. Ya conocemos cantidad de leyes que desquician totalmente tanto a los alumnos como a los docentes. Es la realidad.
Y ahora la cosa está en la calle por culpa de los deberes que los profesores mandan para casa. Razones tienen para la protesta, pero antes de ello sería necesario que cayesen en la cuenta de que el tema es más complejo y deben afrontarlo desde la raíz de una programación racional para todos. Es toda una mentalidad la que es preciso cambiar. Una cosa es cierta: los alumnos, después de estar trabajando ocho horas al día en las aulas, necesitan un asueto para la convivencia familiar y para el ocio, el deporte y la vida social. Pero es también más cierto que esas ocho horas los alumnos están llamados a aprovecharlas totalmente. Porque si vaguean en clase y después siguen con la misma tónica en casa, la formación nunca llegará.
Se habla de las actividades extraescolares. Son necesarias pero dentro de un orden y en ello tienen que estar implicados los padres y formadores. Porque si después de esas ocho horas se les carga con clase de idioma, actividad deportiva y demás, al final irán a la cama embotados y al día siguiente su rendimiento en clase será nulo. Y si por encima sumamos el tiempo dedicado a internet y a los juegos de las nuevas tecnologías entonces la cosa llega al límite.
Hace días José Antonio Marina escribía: “A veces da la impresión de que el mundo educativo pierde el sentido común. La asociación de padres Ceapa ha decidido que sus hijos hagan huelga de deberes. ¿Se dan cuenta del disparate que supone enfrentar a sus hijos con sus maestros?”. Tiene toda la razón este gran pedagogo y por encima añade un párrafo sin desperdicio: “Una norma básica que deben poner en práctica todos los padres, si quieren mejorar la educación de sus hijos, es que en casa siempre se hable bien de la escuela. Si hay fallos, es en la escuela o en los órganos competentes donde hay que dar la batalla. Antes, los padres, en caso de duda, estaban de parte del profesor, mientras que ahora en caso de conflicto el maestro es el presuntamente culpable, lo que es un problema. La otra gran asociación de padres -la Concapa- no está de acuerdo con la huelga, lo que revela un hecho importante. ¿Cómo vamos a conseguir un pacto por la educación si ni siquiera los padres se ponen de acuerdo? Hay que revisar el tema de los deberes, pero con sensatez”.
Larga la cita pero interesante. En ella subyace el problema de fondo que esa ansiada nueva ley duradera debe afrontar. Es todo un cúmulo de elementos a tener en cuenta. Porque las aulas nunca deben ser unas “guarderías” a las que se envían a los hijos en ocasiones para tener un problema menos en casa. La formación es cosa de todos. Es un carro del que hay que tirar todos al unísono y en la misma dirección en una imprescindible ayuda mutua. Y en ella es fundamental una programación previa que mire al bien total, íntegro, del educando. Entonces el problema de los deberes desaparecería tras la complementariedad necesaria. Sin las nefastas discrepancias entre los padres cuando éstos están separados, evitando muchas veces chantajes de los hijos a uno y otra, que esa es otra cuestión también grave.

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