Opinión

Cuando el cronista se muestra abrumado...

La situación, veloz como una liebre perseguida por el galgo, es tan abrumadora que el cronista casi tiene que volver su vista atrás. Es lo mejor cuando todo cambia; cuando, en diez días, han cambiado el primer ministro, el líder de la oposición, el seleccionador nacional, el ministro de Cultura, la dirección de algunos de los principales medios del país, muchos segundos escalones de la Administración, la presidencia de alguna de las más señeras empresas españolas... Entonces es cuando recuerdas que, tal mes como este, hace trece años, inaugurabas un blog, al que diste el humorístico título de `cenáculos y mentideros`, contando que acababa de morir Fraga y que estaba a punto de nacer doña Leonor de Borbón Rocasolano, que iba oficialmente a encarnar el futuro de España. El futuro...
Es precisa una reflexión: ni siquiera el blog, al que se han merendado las redes sociales, ha sobrevivido, aunque uno aún lo mantenga, de una manera digna. Me llama un amigo: que ayer estuvo en una especie de 'cumbre guerrista' con motivo de la presentación de un libro patrocinado por quien fue un conocido productor cinematográfico, y me transmite su desolación. Allí todos sabían que eran el pasado, somos el pasado, me dice. Yo también lo pienso, conmemorando para mí mismo, en solitario, este decimotercer aniversario de un blog que cuenta, día a día, cómo, en trece años, este país ha dado la vuelta como un calcetín, pese a una clase política que, como mucho, permitía cambios cosméticos para que todo siguiese igual.
Y así, de golpe, sin que nadie lo hubiera previsto suficientemente -excepto él, claro, que siempre se supo destinado a La Moncloa-, llega la `hora Sánchez`. Hace exactamente cuarenta años, aquel 1978 en el que se aprobó la Constitución, acabó la `era Suárez`, aunque el que aún era presidente del Gobierno no lo entendiese hasta algunos meses después. No sé si nuestro actual primer ministro, que ha llegado a La Moncloa como ha llegado, entiende cabalmente la que se le viene encina: no ha mostrado aún ser un estadista, sino un mago del ilusionismo. Pero al menos no ha caído en chapuzas contemporáneas, como lo de la casita de la playa de Huerta, ni en el chalet de Galapagar, ni en la mansión de Pedralbes -qué vergüenza, ver a alguien que perteneció, y pertenece de alguna manera, a la familia real, en estos trances-, ni en el pisazo en La Castellana de Zaplana.
Y es que en estos tiempos de enorme velocidad, en los que todo se revoluciona, hace falta volver a algunas esencias, a aquello del veraneo con el botijo y el pañuelo de cuatro nudos en la cabeza, que decía el ya mentado Guerra antes de perderse en los meandros del guerrismo. Hay que anclarse en algunos de los valores del pasado para poder encarar y propiciar las grandes transformaciones que exige el inmediato, inmediatísimo, futuro.
Nada hay mas descorazonador que un periodista aplastado por la actualidad. La obsesión por escrutar la corteza de los árboles no nos permite ver el árbol, y del bosque ya ni hablamos. Y encima te llaman 'jauría' porque criticas lo impresentable. Hay que serenarse, parar un momento para poder templar los acontecimientos, que se agolpan. Trabajé unos meses en un periódico de Ginebra: era difícil encontrar un titular cada día, porque la normalidad democrática suiza era aburrida. Aquí y ahora, la situación es más bien la inversa: no sabemos si titular con una catástrofe o con la que llega apenas minutos después. Las crónicas escritas por la mañana se quedan viejas, ay, por la tarde. Y debo insistir en que la democracia perfecta debe incorporar una cierta dosis de aburrimiento.
Por eso, querido lector, le pido, por este deslumbramiento ante todo lo que ocurre, nos ocurre, comprensión. Que es algo que ya pedí cuando, hace trece años tal día como hoy, inauguré aquel `cenáculos y mentideros` sin sospechar que allí se iba a contar una parte sustancial de la Historia, que los historiadores considerarán pronto inverosímil, loca, de España. De nuestra España, que nos duele.

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