Opinión

La crisis sorprende a España

Todos los historiadores coinciden en considerar que el éxito de las democracias del mundo frente al nazismo se debió a la circunstancia de que al frente del Gobierno de la Gran Bretaña estuviera un hombre de la talla de Churchill y al modo en que el pueblo británico cerró filas en su entorno. Churchill animó la resistencia sin falsas promesas ni embustes, y prueba de ello es que ofreció “sangre, sudor y lágrimas” para vencer. Su caso y su ejemplo son el paradigma que se espera de un gobernante en una crisis de la gravedad que él superó y de sus efectos sobre Europa y el mundo. Dicho de otro modo, en la historia de los pueblos, a veces la victoria depende esencialmente de que haya la persona adecuada en el puesto necesario.

Por encima de cualquier ideología, hemos de ser conscientes de que esta crisis de tan graves consecuencias sorprende al Reino de España con la clase política de menos nivel, categoría e inteligencia de cuantas hemos padecido a lo largo de la historia. Ni el Gobierno fragmentado y excesivo en ministerios, ni la oposición están a la altura que las circunstancias demandan, sin olvidar la interferencia del insolidario independentismo, que ni siquiera en estas horas de zozobra cesa en su miserable actitud con respecto al resto de los españoles.

La frivolidad del Gobierno, que parece haber vivido en una burbuja de irrealidades y la falta de sentido de Estado de la oposición en general, sin la generosidad que la situación demanda a la hora de aparcar el obstruccionismo que envenena el ambiente, nos llevan a este panorama donde todos por acción u omisión comparten responsabilidades. Todos.

Los errores de la” transición”, expresados de modo constatable en el resultado de la ineficacia que produce en crisis como la presente la dispersión de acciones dentro del Estado de las Autonomías, hace repensar si no sería más sensato alguna rectificación histórica, compleja; pero no imposible, a la hora de devolver al Gobierno central competencias repartidas, como la Sanidad (e incluso diría otras) y suspender, en un caso y recuperar en otros. competencias cedidas, como prisiones a Cataluña o la pretensión del País Vasco de ejercerlas. Y cito especialmente otra de enorme trascendencia como los aeropuertos, que está en la cartilla de demandas de algunos territorios.

Con respecto a la inconsciencia del Gobierno del doctor Sánchez, habrá en su día, cuando todo esto pase y hagamos balance de los efectos finales, a la hora de entender por qué no se hizo a tiempo lo que se debería haber hecho y se manejó el asunto con un excesivo optimismo, pese a las advertencias de lo que se nos venía encima y la experiencia de otros países, lo que nos hubiera permitido no cometer o repetir sus errores. ¿Por qué no se atendieron las advertencias de los especialistas y no se pusieron en marcha con antelación los protocolos que nuestro propio sistema ordinario de sanidad preventiva demandaba?

Ver ahora los vídeos, viendo a ministras del Gobierno alentando a participar en las manifestaciones del 8-M, con el riesgo que suponía y las consecuencias que, hasta de modo simbólico han dejado, uno se pregunta si no sería un acto de salud democrática y categoría moral que dimitieran o, por lo menos, pidieran perdón por sus errores. Emerge sobre todo el hongo de la responsabilidad de quien, desde la presidencia del Gobierno, debería haber tenido mayor sensibilidad, perspicacia y sentido de la responsabilidad a través de un gesto valiente que impidiera actos como el que, según parece, produjo el contagio de su propia esposa y de otros miembros del gobierno, como si fueran la consecuencia de una parábola.

Y por si faltaba algo, mientras vemos a los pacientes tirados en el suelo de los hospitales públicos, la señora vicepresidenta del Gobierno es ingresada en la más exclusiva clínica privada de Madrid, porque en su día, tomó la decisión personal de elegir que se le proporcionara asistencia sanitaria, como funcionaria del Estado, en un centro privado y no en el sistema general de salud que atiende al conjunto de los españoles. Ya hemos dicho que ha ejercido un derecho legítimo, pero la elección casa mal con un miembro de un partido y un gobierno que defiende por encima de todo, la sanidad pública, pero no parece confiar en ella para sí propio. Pero eso no es más, casi, que una anécdota.

No es tiempo de lamentarse, sino de cerrar filas disciplinadamente en torno a las directrices que nos dicta el Gobierno, esperemos que con acierto, para superar la crisis. Pero no dejemos de acumular las evidencias y los datos porque cuando todo esto pase será preciso un gran examen de todo el proceso para que nunca más una situación como la que nos asola vuelva a sorprendernos.

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