Opinión

Consecuencias del Estado de las Autonomías

Veamos algunas secuencias del llamado “Estado de las Autonomías” en la realidad de la vida cotidiana: Un cazador persigue un conejo por alguna parte del territorio nacional y en la caza cruza un pequeño riachuelo. Cuando alcanza la otra orilla está cometiendo una infracción administrativa, pues su licencia de caza se termina del otro lado del pequeño cauce (Le pasó a un ministro). En otro lugar de España un paisano que vive en el límite entre dos comunidades sufre un ataque de apendicitis. A escasos kilómetros se encuentra un hospital comarcal, pero como está en otra comunidad no está previsto que lo atienda de modo ordinario, sino que debe ser trasladado al más cercano de su propia comunidad. En España solamente existe una especie de abeja autóctona, la “abeja ibérica”, pero cada comunidad tiene su propio reglamento de colmenas. Y hasta por tener reglamentos distintos, lo son los de espectáculos taurinos, según el caso. Como dice uno de los asesores de la OCU, ahora los matadores deben incorporar a sus cuadrillas un mozo, aparte del de espadas, que, con el reglamento de cada lugar donde toree en la mano, le indique a cuántos metros de la barrera debe situar al toro para la suerte de varas. Ya sé que son ejemplos extremos, pero absolutamente reales.
La fórmula de “café para todos” la acordaron Alfonso Guerra y Abril Martorell, uno del PSOE y otro de UCD, con el evidente fin de sumergir el problema de fondo que representaban, en primera instancia, las reivindicaciones de la región catalana y de ese territorio que Pi y Margall, en su célebre libro y biblia del federalismo llama simplemente “provincias vascongadas”; es decir, aquellas tres provincias de diferentes fueros entre sí que, salvo en su aceptación meramente geográfica nunca propiamente constituyeron, un país políticamente entendido como tal, salvo en el breve periodo de la II República. 
La evidencia que Galicia no iba inicialmente en ese grupo, lo prueba que nuestra autonomía se emparentó inicialmente con la de Andalucía en una especie de segundo pelotón, y que para disimularlo, la UCD acepto aprobarlas de manera separada y no en la misma fecha. Pero fue el profesor Clavero Arévalo el verdadero arquitecto de la construcción de este estado, desde su puesto de ministro para las regiones del gobierno de Adolfo Suárez, aunque luego se enfadó con los suyos por considerar preterida a su Andalucía querida con respecto a las llamadas “nacionalidades históricas” y dimitió.
Un cuarto de siglo después de haber dimitido como ministro de Cultura y de las Regiones, Clavero todavía afirmaba: “Sigo pensando lo mismo. Mejor café para todos que para uno solo.  Suprimir el Estado de las Autonomías para diferenciar al País Vasco y Cataluña provocaría un problema político mayor que el que tenemos"
Y explicaba que  única diferencia práctica habría de ser que –según su explicación- las que consideraba en 2015, “mal llamadas históricas podían iniciar la autonomía plena inmediatamente, las demás tenían que esperar cinco años y, a partir de ahí, ir ampliado competencias progresivamente. Las regiones se guiaban por el artículo 143 y 148 apartado segundo, y las nacionalidades por el artículo 151. ¿La diferencia? Pues esa, una cuestión de plazos. No se quiso dar todas las autonomías de golpe, sino de forma paulatina, como decía Fernando Abril, para no generar un gran problema en aquellos momentos. Por tanto, el ‘café para todos’ no es ningún invento; está en la Constitución”.
No era cuestión de competencias, sino de plazos
O sea que no era un problema de consideración y competencias, sino de plazos, de modo que no todas las regiones fuera autónomas de golpe, sino a plazos. Pero no era eso lo que entendieron vascos y catalanes, esencialmente, sino otra cosa, como realmente ocurrió. El propio Clavero reconocía que en su origen el problema al que ahora nos enfrentamos con Cataluña (y el País Vasco a la espera) es que ambas comunidades se consideren diferentes no sólo por razones históricas o socioculturales, sino porque, desde el propio franquismo, especialmente protector con ambas, han sido tratadas de modo diferente. Sólo un detalle, la red de autopistas de Cataluña fueron generosamente financiadas por las Cajas de Ahorros en su día, porque el propio Estado determinó que así fueran empleadas las remesas que enviaban a España en los años sesenta los emigrantes gallegos y andaluces, entre otros.
En 1983, Clavero publicó un libro al que conviene volver ahora, titulado “España desde el centralismo a las autonomías. Se trató de reinventar un Estado diferente a todo lo que había sido España hasta ahora. ¿Sirvió para dar solución a los problemas que lo acuciaban o, con el tiempo, a crear otros peores?
¿Hubiera sido posible otra alternativa? La hubo, pero Suárez no se atrevió a tentarla. Parte esencial de la misma hubiera sido un referéndum previo a la Constitución como pretendían Salvador de Madariaga como exponente de los reunidos en lo que se llamó el “Contubernio de Munich” o como figuraba en la iniciales reivindicaciones de las plataformas de la oposición democrática o propugnaba, en cuanto a la salida al franquismo, el propio Calvo Serer, consejero de don Juan (véase el libro “Hacia la tercera república, selección de sus artículos en la prensa francesa). Ese referéndum debería haber convocado al pueblo español en su conjunto para definir dos cosas: la forma de la jefatura del Estado (República o Monarquía) y la articulación del Estado mismo: unitario o federal. ¿Hubiera sido posible? Nunca lo sabremos, pero de haberlo sido, quizá nos hubiera librado de otros problemas que ahora nos acucian.

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