Opinión

Con el culo al aire

Es de suponer que más de uno de ustedes haya visto ese anuncio, o ese cartel, esa fotografía que últimamente aparece en Facebook con tanta frecuencia, en la que un torero enseña media nalga en el momento de estar dándole un pase a un morlaco, del que no se dice nada, que casi nadie ve y del que nada se recuerda. Le acompaña una leyenda, mejor dicho, una frase -no vaya a ser que lo de leyenda se tome en un sentido que aquí no se pretende- que aconseja no dejar con el culo al aire al arte de Cuchares.
Escribo arte con cierta reticencia pues, reconozco que, como en el ballet clásico, hay en el toreo momentos de una plasticidad, incluso de una belleza, que pueden alertar los sentidos. Reconozco también que no tengo una gran sensibilidad para la danza. Sé que fue antes que el canto. Sé  que la música lo fue antes que la pintura y, por supuesto, se que ambas lo fueron mucho antes que la escritura. Quizá sea eso, su primigenia elementalidad, lo que me aparte de ella. 
Hago esta confesión, inútil y por completo inoportuna, para que se comprenda que mi escasa afición a la tauromaquia se me antoje todavía más acendrada que la que padezco (¿debiera escribir profeso?) por el baile; este, una vez llegado al paroxismo, se me antoja una salvajada; el toreo no necesita excederse tanto para que me lo parezca desde el principio. 
Sin embargo no me opongo a que se celebren corridas de toros. Allá cada cual con su educación y su conciencia, con su afirmación y con sus gustos. A mí que me dejen tranquilo con los míos. Son mucho más sencillos. También mucho más insatisfechos que los de la mayoría de la población española, considerada en su conjunto. Ya me gustaría a mí que la gallega en particular, viese regulada la presencia de jabalíes que destrozan las cosechas, las pocas cosechas que ya se recogen en Galicia. O que el zorro volviese a alborotar con su presencia las noches del este hermoso valle de las glicinias en el que vivo, incitando los ladridos de los perros y despertando a todo el vecindario. Ya apenas hay zorros. Ni teixugos, ni martuxas, tampoco donosiñas, ya no digamos lobos. 
Por no haber no hay ni campos cultivados, antaño fértiles, hoy ocupados de eucaliptos o mimosas, no de trigales, tampoco de maizales o tan florecidos que hicieron que aquel ministro de agricultura, aquel que no viajaba nunca en avión, exclamase al verlos: "Qué gente estos gallegos, hay que ver como tienen todo el campo de bonito, ocupado todo él de jardines llenos de flores", sin darse ni cuenta de que se trataban de patatales, ni tampoco de la uniformidad del colorido. Ya me gustaría a mí también que el fervor conservacionista que tanto se esfuerza en no mostrar el culo al aire de la ganadería del toro bravo se aplicase en el regreso de xilgaros y de lúganos, verderolos y pimpins, o paporrubios, por citar algunos, porque la lista sería sino interminable sí larga y dolorosa.
Ayer vi una bubela, que en castellano se dice abubilla, y me llevé una alegría; después eché en falta las oropéndolas, que por aquí son llamadas vichelocreghos, las mismas que no hace tantos años ya estaban, algo más tarde de estos días, dispuestas a devorar los primeros higos. Tampoco se vieron este invierno las grullas o los ánades, tampoco las becacinas o los pilros, los biluricos  y las avefrias que invernaban en la gándara que hoy cubren las urbanizaciones. ¿Cuánto queda para que cuervos y cornejas, urracas y otras aves se vayan camino de la nada?
Es bueno y necesario formularse este tipo de preguntas. Más en estos días en que parece ser que es propio de "buenos españoles" defender al toro de lidia. Al parecer los demás no somos buenos españoles. ¿Será de buenos ciudadanos pretender la conservación íntegra de la fauna que nos fue propia, de la que todavía lo es, de la que está en peligro de dejar de serlo? ¿Quiénes se están quedando con el culo al aire? ¿Tan solo importan los toros y la caza? Y claro que sí importan.
Está siendo todo de un simplicidad que agrede. Ser "buen español" consiste únicamente en defender los toros, ser amante de la caza, emocionarse al paso de las procesiones de la Semana Santa y ser del Real Madrid o del Atlético, si acaso del Betis o del Sevilla. ¡País de conejos! 
Es buena la fauna que sirve para sustentar tanta montería, allá por la Andalucía; lo es la que atiende a las perdices en las llanuras castellanas. Nos olvidamos de que la armonía es necesaria en todo el territorio y que, todos los habitantes que lo ocupan tienen derecho a la vida. También los jabalíes, claro, y los lobos... y los castaños, y los robles, con ellos los nogales y los alisos que poblaban las orillas de los ríos que hoy bajan sucios y contaminados porque las depuradoras y las alcantarillas no han gozado de las adjudicaciones presupuestarias  necesarias.
Es triste llegar a la conclusión de que el alcantarillado y las cloacas de este país estén ambos tan desatendidos gracias a la dificultad que encierra la ubicación de la cinta inaugural cuya ceremonia permita que los políticos la corten sonrientes mirando hacia la cámara con júbilo y sin tener que taparse las narices. Deseemos pues que la defensa del medio ambiente en que vivimos sea hábito propio de ciudadanos aunque a algunos les pueda parecer impropio de patriotas patrioteros.

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