Opinión

Cayetana Álvarez de Toledo

Como estamos en una larga y tediosa campaña electoral, la nueva composición del Congreso de los Diputados que salga de las elecciones de noviembre no la conoceremos hasta las Navidades. Y a mí me gustaría que la portavoz del grupo Popular fuera Cayetana Álvarez de Toledo. Leía con agrado sus crónicas frescas y atinadas que escribía en El Mundo, y no me ha decepcionado en su reconversión parlamentaria, aunque en no pocas ocasiones ni esté de acuerdo con los dice, ni cómo lo expone. Pero frente a los plúmbeos lectores de folios que suben a la tribuna del Congreso, anima bastante escuchar a una parlamentaria que, en no pocas ocasiones, hasta parece sincera, cuando la sinceridad está tan poco recomendada para el político como fumar tabaco para los cantantes de ópera.
A mí me recuerda el desparpajo de Arturo Pérez Reverte, que en las polémicas puede llegar a la insolencia, pero siempre será una insolencia divertida e inteligente. Los partidos que gobiernan necesitan portavoces capaces de llenar de hastío a la oveja más aburrida, porque siempre habrá una puerta abierta para la negociación, mientras que los partidos en la oposición, necesitan portavoces que agiten el palito sobre el barro, y revuelvan un poco las tediosas aguas del debate parlamentario.
Es muy probable que -más de vez en vez que de cuando en cuando- pise algún charco, algún callo e incluso algún pie, pero me parece que eso es intrínseco al carácter del personaje, y el portavoz de un grupo político no tiene porqué ser diplomático. Esa es otra labor. El día que el PP gobierne -allá por 1924- puede que la convierta en ministra, pero estoy seguro de que Cayetana Álvarez de Toledo nunca será ministra de Asuntos Exteriores, no sólo por el soponcio generalizado que podrían sufrir nuestros embajadores, sino porque la insolencia y el desparpajo, por muy divertidas que sean, pueden ser peligrosas en el planeta diplomático. Ahora, para poner nervioso la contrincante no tiene rival. Incluso para el que no es rival.

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