Opinión

Cari, chochin, cosita, gordi, bombón…

Nunca he tenido muy claro qué tipo de hombre encandila a las mujeres: tierno, sincero, simpático, con un toque bucanero; ni el que las pone del hígado: un currela lleno de estrés que las mantenga a base de horas extras, o que las atufe con flores y lisonjas; ni siquiera lo que, medio en serio, anhelan en secreto: un jaguar en el garaje, un visón en el armario y un tigre  entre las piernas. Lo que sí me extraña, incluso entre las bellas, es lo que muchas consienten: un cerdo tumbado en el sofá, bebiendo cerveza, tirándose pedos y leyendo el Marca; o, en el mejor de los casos, sudando la gota seca en un gimnasio mientras ellas dan el callo. Ellas son así. Un tiovivo de emociones. Frágiles en sus firmezas.  

Y, claro, ellos se dejan malcriar, como hicieron sus padres con la parienta; o sus hermanas con sus machacas. Y como oyen que sus madres, o sus hermanas, pían: “no”, “basta”, “vete”; pero luego cantan: “perdón”, “vuelve”, “no me dejes”; y como ven que incluso  trinan “sí quiero” ante el altar, aunque vivan después en una jaula de estrecheces, pues eso, ellos hacen lo propio y no las consideran racionales; y se hormonan para parecer más bestias; y se tatúan sus nombres en los brazos. “Son como niños”, dicen ellas. Y los miman como tales. Y se dejan llamar mami, cari, chochín, cosita, bombón, gordi y otras hierbas todavía más alucinógenas.  

Mientras no los eduquéis, ya desde el lecho, (digo “los” porque ya estoy descatalogado), o los malcriéis a base de salvoconductos para los oficios domésticos, poco habremos hecho en pro del empoderamiento femenino. Y digo “habremos” porque voy más allá de la igualdad; sois madres, por tanto soberanas del mundo. “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”, lo enunciaba ya Pitágoras, aquel de la hipotenusa y los catetos. 

Decía Coco Chanel que una mujer debe ser dos cosas: “quien ella quiera y lo que ella quiera”. Un hombre, además de ambos “quereres”, será todo lo mequetrefe que una mujer le consienta. Del sofá de su machismo -y si hace falta con una patada en los cojones- debéis sacarlos con cajas destempladas, sino seguiremos en “lo mismo”, la enfermedad del lomo; la enfermedad del zángano. Y nada de circunloquios. “¡Hasta aquí hemos llegado!” Punto.  Y muerto el perro se acabó la sopa boba. 

La clave –y el señuelo- está en vosotras. Marcad estilo, marcad los límites y se desvanecerán las diferencias. Lo más disuasorio que me dijo una mujer, a la que con descaro le miré las tetas, lo llevaba impreso en su ceñida camiseta: “Ni lo sueñes, no podrías mantenerme”. A buen acosador basta una cláusula.

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