Opinión

Me cansa escribir de Cataluña; ¿es grave, doctor?

Creo que el 'impasse' que vivimos en la política catalana, que nos obliga, a quienes a estos menesteres nos dedicamos, a escribir casi a diario sobre el tema, está teniendo un efecto 'boomerang': los estudios que realizan algunos medios, sobre todo radiofónicos y televisivos, muestran que al ciudadano común y corriente le interesa cada día menos lo que vaya ocurriendo en esa superficie móvil que va desde el Parlament hasta Bruselas, pasando por la plaza de Sant Jaume. Y no me extraña: es tal la movilidad, la falta de solidez, el nivel de sucesos ocurrentes que se siguen en la vida catalana que resulta muy difícil seguir puntualmente lo que ocurre con Marta Rovira, Elsa Artadi, el recluso de Estremera, el fugado de Waterloo y hasta con el juez 'estrella a su pesar' Pablo Llarena.
Y ya no le cuento a usted el hastío ante lo que hace (o mejor no hace) el president accidental de la Generalitat, que no ha pisado en su vida, creo, el Pati dels Torongers. Me parece que el mismo Rajoy está harto de tener que ocuparse de lo que pasa (o mejor, no pasa) en Cataluña. Y uno, que desde hace seis meses escribe casi a diario sobre esta cuestión, qué remedio, se proclama profundamente cansado de tener que seguir haciéndolo. Y eso, quizá, puede que sea grave.
Grave, porque el hartazgo, el cansancio, acaban produciendo rechazo. Y me parece que no solamente el independentismo catalán, sino todo cuanto huela a Cataluña, empieza a provocar un cierto movimiento de repulsa en el cuerpo nacional. Nos lo indican, muy sutilmente aún, es cierto, algunos sondeos que escrutan especialistas que, paralelamente, encuentran un agravamiento en ciertas, aún minoritarias, tentaciones supremacistas en ámbitos del secesionismo catalán.
Es decir, que nos vamos distanciando los catalanes y el resto de los españoles. Más de lo que lo hayamos podido estar nunca, incluyendo los trágicos días aquellos de 1934. Ese distanciamiento acabará, sin duda, teniendo consecuencias muy serias en el cuerpo nacional. Que Mariano Rajoy, insisto, president de la Generalitat en estos momentos, reciba en Moncloa al presidente de la Sociedad Civil Catalana, que es una organización muy digna y útil, pero que representa en Cataluña lo que representa de corte con una parte de la sociedad, y no se haya encontrado aún -salvo que el encuentro se haya mantenido oculto- con el president elegido del Parlament, Roger Torrent, me parece un síntoma alarmante. El diálogo entre ambas orillas está cortado, aunque aún aliento la esperanza de que haya 'embajadores' que se estén reuniendo con otros 'embajadores'.
Como señalaba este viernes en 'La Vanguardia' uno de los máximos conocedores de la política catalana, Josep Antoni Duran i Lleida, resulta difícil adivinar una salida "y, si asoma alguna, esta emerge efímera y alejada de la estabilidad". O sea: que, ocurra lo que ocurra en el surrealista panorama político catalán, lo que pueda salir mal, que es prácticamente todo, saldrá mal, porque todos los cimientos se han colocado mal. Y no creo que la vía puramente judicial -que sí, que las leyes han de cumplirse, pero las interpretaciones sobre los incumplimientos y sus castigos pueden ser variadas- vaya a aportar ni mucha luz ni demasiadas soluciones.
Por eso somos tantos los que ya estamos ahítos de salidas chuscas, virajes en el aire de la nada, ocurrencias, cruces de brazos a ver cómo se pudre todo esto, egoísmos partidistas y lanzamiento de culpas al mensajero. Voy a Cataluña, hablo con la gente y percibo un odio creciente hacia todo lo español, incluyendo mi idioma: niños de seis años gritan en el barrio gótico de Barcelona 'visca Catalunya independent'; es algo que antes no había visto.
Paren esta noria de locos, que yo me quisiera, ay, si pudiese, bajar. ¿Es esto grave, doctor?

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