Opinión

Campaña electoral

Salvo que esta historia tenga trastienda, los restos de Franco ya están depositados en su nueva morada del cementerio del Pardo, una ceremonia probablemente obligada  pero concertada en el tiempo por el Gobierno en funciones de un modo tan impúdicamente electoral que esta evidencia contrapesa los argumentos de valor que podrían ennoblecer esa acción llevada a cabo ayer y que ha merecido un despliegue de la televisión pública tan ampuloso y soberbio como hacía mucho tiempo que no se veía y como la propia actuación no merecía. El traslado de los restos de Franco desde el Valle de Cuelgamuros a su nuevo domicilio en el panteón de Mingorrubio debería haberse producido en modesto silencio, sin algaradas ni despliegues técnicos dignos de las Olimpiadas. Bastaba con unos planos generales y una reseña, pero, siguiendo directrices de la superpotencia Rosa María Mateo,  los comentaristas allí destacados y los objetivos de las cámaras se pasaron la mañana especulando con planos inútiles, apelando a bustos parlantes que apenas decían nada, y filmando invitados que repetían hasta la saciedad idénticos conceptos y daban vueltas durante horas a la misma noria. Las horas transcurrieron eternas, explicando historias interminables, rebuscando en archivos, tomando planos alternativos del cielo teñido de niebla por el que debía volar el helicóptero del traslado, e ilustrando todo aquello con pura palabrería empeñada en prolongar artificialmente una situación que nunca debió rebasar un formato prudente y un tiempo de retransmisión breve y comedido como el sentido común pedía que se afrontara el cambio de huesa de un dictador. Se utilizaron para esta ocasión más medios y horas de programación que para su entierro. Y eso no tiene sentido y es tolerable.
Desgraciadamente, estamos en periodo electoral. Y la prueba más palpable de que estamos en periodo electoral y no hay en el objetivo de los partidos políticos otro sentimiento que ese es que todo se expresa durante mítines. Es especialmente significativa esta costumbre en las actuaciones del Gobierno. No es ante su audiencia, en la confortabilidad de sus actos electorales, respaldado por sus entusiastas, donde se deben ofrecer las informaciones que afectan a las políticas de Estado. Sin embargo, hace mucho tiempo que Pedro Sánchez desprecia los escenarios en los que debe comparecer, y prefiere la complicidad de los suyos para emitir señales.

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