Opinión

Cadáveres exquisitos

Nuestra cultura, especialmente la romántica, está plagada de cementerios, muertos y aparecidos que poco o nada tienen que ver con el culto ancestral a la muerte y a los muertos. En este suelo pisoteado por tantas ideas, ideologías, religiones y filosofías siempre nos han movido más los cadáveres que los difuntos. ¿A que parece una contradicción? Pues no lo es.
Los difuntos son seres que han muerto y son enterrados. Los cadáveres no son otra cosa que despojos sin identidad. Y en infinidad de casos no pasan de simples cenizas. No obstante, durante un tiempo, alcanzan a tener un interesante valor sentimental e, incluso, simbólico, superior al que recibe el difunto a la hora de la despedida.
Quizás por esto del simbolismo el PP es tan reticente a sacar de Cuelgamuros –más conocido como Valle de los Caídos- los despojos del dictador Francisco Franco y de su coetáneo José Antonio Primo de Rivera, por quien el general no movió un dedo para impedir su muerte. Franco tuvo el honor (?) de inaugurar oficialmente su mausoleo y, como el estudiante de Salamanca de Espronceda, puede que hasta viera pasar el cortejo del propio entierro. Él, preciado de sí mismo, protegió sus despojos con la certeza de convertirlos en símbolos eternos. Y lo está consiguiendo.
En el PP se niegan, una y otra vez, a cumplir con la ley y desmontar este emblema glorioso de la dictadura franquista. Los argumentos que esgrimen cansadamente, de tan peregrinos, acaban resultando sospechosos de connivencia ideológica con un largo capítulo ingrato para la historia de España. Y no es de extrañar que en muchos sectores se les señale como hijos incapaces de matar el ideario de los padres, aunque biológicamente la correspondencia no siempre sea cierta.
Todo el Parlamento, menos el partido del Gobierno, ha votado a favor de quitarle a esos dos cadáveres la gloria del recuerdo y la honra que ellos mismos se otorgaron. Aunque históricamente tengamos que estudiarlos y considerarlos una parte de nuestra Historia, con sus luces y sombras, no tiene ningún sentido mantenerles el estatus del que gozan. Y ahora es el momento de poner fin a esa ignominia porque de lo contrario el tiempo y el olvido del sufrimiento consagrarán su presencia como una simple pieza más del pasado.
¿Es esa la estrategia no confesada del PP? ¿Dejar correr el agua hasta ver perderse la memoria en el mar del olvido? Todo es posible aunque no comprensible ni aceptable. El mausoleo de Franco está, además, cargado de otros simbolismos que atentan contra la convivencia en paz de nuestro presente. Como es el caso de la gran cruz sobre cientos de cadáveres de individuos que no creyeron en ella. Como es la circunstancia de estar salvaguardados por una congregación religiosa. Como es el caso de pagar el mantenimiento con dinero del erario público. Y todo ello, creando un agravio comparativo más con sus víctimas, esparcidas por cunetas y tumbas anónimas, mientras ellos son guardados como cadáveres exquisitos.
 

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