Opinión

Barberías y mafia

Pues, dilecta leyente, la supongo informada de la detención de “Mochomito”, sobrino del Chapo Guzmán, en una barbería de Jalisco, y es que la obsesión de los capos por la limpieza (tal vez por limpiar su conciencia), les lleva a frecuentar estos establecimientos donde en ocasiones la silla giratoria termina siendo su ataúd y la toalla su mortaja, como le pasó entre otros al siciliano Albert Anastasia, jefe de la familia Gambino;  y entre sus negocios destacan las lavanderías  pero el que supo sacar provecho a esta costumbre “higiénica” fue Lucky Luciano con su lavado de dinero. 
 Otro lugar mortuorio son los restaurantes en donde acuden a comer sus deliciosos espaguetis, escuchando ópera, entre conversaciones mafiosas. Claro que no basta con saber elegir al cocinero, sino muy especialmente al comensal, pues las traiciones están al orden del día, como le pasó al “capi di tutti capi”, el temible Massería, que parecía que se lavaba la cara con lejía, que murió acribillado por los secuaces de su lugarteniente, el citado Lucki Luciano, mientras tras comer, y en una cordial conversación jugaban una partida de cartas. Como diría éste, mientras con una excusa le levantaba de la mesa para dar la señal de “despejado”: “No es nada personal, sólo son negocios”. A otros como el apodado Dutch Schltz lo balearon en el baño, mientras hacía sus necesidades fisiológicas (esa  si que es una muerte sucia). Pero también las operaciones de estética a las que son aficionados los colocan en situación de siniestra vulnerabilidad. Y es que pocos son, como Joseph Banano, los jefes de la mafia que consiguen morir en la cama, de viejos.
Los cárteles mejicanos han copiado muchos de los métodos y costumbre de la mafia siciliana. Sólo que los “manitos” no rehúyen el enfrentamiento con las autoridades y suelen ser más violentos. Baste recordar que algunos de los guardaespaldas de “Mochomito” llevaban granadas de mano.
La lucha, tras la detención del Chapo, gira entre los seguidores de éste y los Beltrán-Leyva, antiguos socios, hasta que los Leyva acusaran a los del Chapo de delación. El problema es que “Mochomito” es hijo de los Beltrán y sobrino del Chapo. Por ello, y muchas cosas más, el cártel de Sinaloa está en sus peores momentos.
Hasta ahora la lucha era entre los mafiosos, independientemente de los daños colaterales. Ahora la víctima puede ser cualquiera que le caiga mal a otro y este contrate a unos sicarios que una vez señalado el objetivo, vienen, ejecutan, y se vuelven, sin dejar rastro. La policía puede encontrar el móvil, pero no a los autores materiales y sin ellos la investigación no prospera. ¿Pudo esto ocurrir con la viuda del expresidente de la CAM, en Alicante?
 

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