Opinión

Aquí seguimos como siempre

Yahora nos vienen con que si la abuela fuma. ¿Fuma la abuela? Hasta es posible que sí, que lo haga. Pues allá ella. El pasado lunes, es decir en el día anterior al de anteayer; o dicho de otro modo, casi ahora mismo, un periódico, publicado en el ombligo de todas las Españas, de todas las Españas habidas y aún de las por haber, se despachaba en portada con el siguiente titular a cinco columnas: “El PP instruía a sus alcaldes con un “powerpoint” sobre financiación ilegal”; debajo, el subtitular señalaba que el citado “powerpoint” instruía de forma didáctica cómo burlar los controles del Tribunal de Cuentas y que fue utilizado, exactamente para eso, durante lo que Esteban Urreiztieta, autor del reportaje, define como la etapa “Gürtel”. ¿Sigue fumando la abuela? En alemán Gürtel significa cinturón. Se supone que las instrucciones no fuesen tendentes a que los alcaldes así instruidos tendiesen a apretárselo, ni mucho menos.
Este tipo de noticias ya no sorprenden nadie. Casado, de aquella, estaba en COU. La Cospe ni se sabe, acaso en diferido. Durante años todos sonreímos cada vez que alguien se refería a un personaje cualquiera diciendo que era más sospechoso que un concejal de obras públicas conduciendo un “Audi ocho”. Entonces, esa sonrisa, era casi siempre mucho más cómplice que conmiserativa, pero casi nunca era condenatoria o resignada. Lo nuestro, o sea, esta cosa nuestra es un chiste. En italiano Cosa Nostra. Un chiste. Al fin y al cabo si queremos la ayuda del cielo para que no llueva el día de la primera comunión del niño, la boda de la niña o incluso el entierro de la abuela, prestos nos disponemos a llevarle una docena de huevos a Santa Clara, tan abogosa ella en este tipo de cuestiones, a fin de propiciar la celestial gracia que deje que luzca el sol y pueda hacer lo mismo el nene vestido de marinerito. Un sol de niño.
Si a quien hay que enterrar es al abuelo, y este fue algo tarambaina, no sólo le llevamos a las monjitas clarisas docena y media de huevos de gallina sino que, de paso por el obispado, solicitamos trescientos días de indulgencias, cuando no indulgencia plenaria, que libren al viejo de los rigores de lo que Lutero definió como “el tercer lugar”; ya saben, de ese lugar que, a diferencia del cielo y del infierno, tiene futuro y que, desde el siglo XII, se conoce como el Purgatorio; por cierto, lo inventó un gallego, San Brandán, cuando allá en el siglo XII fue a cristianizar Irlanda y se inventó uno cuyo único tormento era el de la lluvia eterna, cousas nosas.
Estamos tan acostumbrados a comprar favores que, sin ganas de remover pasados y recuperar nombres y apellidos ya olvidados, los de mi promoción del Instituto del Posío, podemos recordar el jamón imprescindible para aprobar las matemáticas o, incluso, los más ilustrados de entre nosotros, recordar también el chiste de Castelao en el que un juez le pregunta al paisano que lo provee de un pernil: “E logo seica o porco era coxo?” Vivimos en una sociedad acostumbrada desde antiguo a tales pequeñas o grandes corruptelas, unas del alma, de la necesidad otras, de la vanidad algunas, todas según se mire y considere; así que no tiene nada de particular que la tendencia haya creado escuela. Si la nuestra es así imagínense por allá abajo. ¿Sorprenderá entonces a alguien que el partido de la etapa Gürtel haya sido el más votado, pese a haber cosechado también algunos de los resultados más penosos de su historia? A muchos desde luego no.
Lo curioso del caso es que después de años y años señalando el caciquismo de los gallegos, la corrupción ambiente en la que al parecer seguimos viviendo los gallegos, la condición de contrabandistas que al parecer también disfrutamos en exclusiva los gallegos, incluso el hecho de lo conservadores y burros y carcas que somos todos los gallegos, resulte ahora que todo el entramado de la corrupción se produzca en los pagos madrileños, en los pagos valencianos y andaluces, en los pagos baleares, pero no aquí en donde las corrupciones señaladas afectan a un político que, según afirman, convenció a una dama para que fuese con él a rezar el rosario en familia en la habitación de un hotel o se haga uso de una vieja foto en la que un político en ciernes posa su mano en la manivela del pescante de un barco de recreo u otro se sienta a popa de un hermoso velero en compañía de un constructor hecho a si mismo. Como se ve, todo cosa de millones, todo asunto de tramas generadoras de cuentas en Suiza y en otros paraísos fiscales que son, de momento y como se sabe, los únicos contemplados con las indulgencias plenarias que la sociedad suele otorgarles; si no de qué se votaría a las opciones partidarias implicadas.
Al parecer nadie, desde A Canda y O Padornelo para abajo, tiene en cuenta o considera que los resultados de la votación en las últimas elecciones celebradas en Galicia puedan ser consecuencia, por el lado ganador, no de la aprobación de una corrupción apenas existente o importante, sino de una imbricación del partido vencedor en la realidad cultural gallega, al hecho de haber llevado este a cabo una gestión con la mayor moderación y la menor desfachatez exigible a un gobernante cabal; mientras que, por los diferentes lados perdedores, ha existido desde un desentendimiento insólito respecto de esa realidad cultural citada hasta el deseo manifiesto de detentarla en exclusiva o en un asomarse a ella, en última instancia, haciéndolo en compañía de quienes no ofrecían mucha confianza. Añádansele a estos datos las fracturas internas de los partidos contendientes, la macedonia de frutas tropicales que componía uno de ellos, o el punto de partida de un tercero al que solo una campaña inteligente y un debate en televisión lograron salvar de un desastre que se daba por seguro.
Es cierto que los gallegos somos algo peculiares, bien se ve al contemplar los resultados. No disponemos de un susanato andalusí, ah, la reina mora, no vemos a un difunto Ximo Sidi Rodrigo del Vivar cabalgando a Babieca alrededor de las murallas de Valencia, ni siquiera a un Don Pelayo asturianín iniciando Reconquista alguna. Lo de Extremadura es ciertamente algo más extremado, mejor ni le tocamos. El resto, también como bien se sabe, ya se había enterado de que la abuela fuma, incluso de que la abuela tenía y tiene muchos humos, demasiados humos, pero poco le importaba dada la realidad ambiente que nos legó la Historia. Aquí seguimos como siempre e por nós que chova. ¡Ei, carballeira!

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