Opinión

El 'anuncio' de Felipe VI

Llevamos días de especulaciones acerca de un presunto 'anuncio' de Felipe VI sobre su padre, Juan Carlos I. Dicen algunos que el Gobierno presiona al monarca para que el llamado 'emérito' sea desposeído de su título de rey, algo insólito en nuestra Historia y con, me parece, difícil encaje jurídico. Otros hablan de que Don Juan Carlos debe salir ya mismo de La Zarzuela, expulsado de allí por su hijo, camino quizá del exilio, lo cual, a mi juicio, constituiría otra insigne barbaridad: estos no son los tiempos de Alfonso XIII. Entonces ¿de qué anuncio hablamos? ¿Habrá, por cierto, anuncio alguno?

A mi juicio, en el marco misterioso de filtraciones diarias sobre las actividades pasadas de quien fuera jefe del Estado durante cuarenta años, cualquier cosa que pudiese hacer ahora Felipe VI sería un error. Como lo fue, entiendo, aquel extrañísimo comunicado emanado el pasado 15 de marzo de La Zarzuela, puede que con la connivencia del Gobierno de Pedro Sánchez, en el que se vertían subrepticiamente muy serios cargos contra Juan Carlos I, además de desposeerle de la subvención de que gozaba en los Presupuestos de la Casa del Rey.

Matar al padre no tiene por qué significar una salida ventajosa para el hijo. Son muchas las voces que escuchamos estos días en el sentido de que, junto con las sanciones penales y morales que correspondan por sus acciones lamentables, es preciso dar un reconocimiento a la figura de un jefe del Estado que, junto a su defensa de la democracia, hizo mucho por el papel de España en el exterior. El 'juancarlismo' forma parte de la historia de todos nosotros, y eso no se puede, no se debe, borrar de un plumazo, decretando que, simplemente, aquello no ocurrió porque quien lo hizo ha dejado de tener el título de rey.

Reconozco que ignoro si las rumoreadas presiones que el Ejecutivo de Sánchez (y de Pablo Iglesias) estaría ejerciendo para que Felipe VI haga algún anuncio desvinculándose del todo de su padre tienen alguna verosimilitud. Comprendo la inquietud del Gobierno ante la posibilidad de que llegase a tambalearse la jefatura del Estado; mal momento, cuando estamos en plena negociación con Europa, para tales bailes.

Creo que Sánchez lo sabe, y sabe que la compañía de Pablo Iglesias en este trance no es precisamente la más conveniente: supongo que los jefes de gobierno reunidos en Bruselas no entenderán demasiado bien que en España un mismo Gobierno albergue dos tesis contrapuestas sobre la forma del Estado. Pero esa es, en el fondo, una manifestación más, quizá la más grave ahora, de esas dos Españas machadianas que pueden helarnos el corazón y acaso dificultar el acceso a las arcas del fondo de reconstrucción europeo.

Puede que, como decía el insigne Pío Cabanillas, lo urgente ahora sea esperar. Aguardar a que el temporal amaine, a que pase el vendaval de las 'filtraciones' y cese el chaparrón de las 'vendettas' y de los mensajes subliminales a los fiscales. Cualquier precipitación, cualquier paso en falso, podría hacer aún más perfecta la tormenta que ya se cierne sobre nuestras cabezas. Y, claro, sobre la nación.

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